Retina | Leer
26/06/2023.- Formo parte de una especie en extinción, la gente que disfruta de leer libros y, dentro de ese grupo, pertenezco a la más deleznable categoría, la de quienes preferimos el formato digital y andamos con muchos libros cargados en un aparato, una especie de tableta, que no sirve para más nada, excepto para leer.
Nos rechaza la mayoría de la humanidad, más dada a disfrutar de materiales audiovisuales que al silencio que requiere la lectura. Son gente que se sorprende al saber que una película o una serie está basada en un libro y que están convencidos de que no existe nada más novedoso que la comunicación audiovisual.
Mala cosa esa, el no saber que la llamada Edad Media, la etapa de la historia europea dominada por el oscurantismo cristiano, era fundamentalmente una cultura audiovisual, que sabía presentar el cielo y el infierno en pintura y música. Un período cuando la lectura quedó al alcance de un muy reducido número de personas.
La adaptación, hecha por Gutenberg, de la imprenta china para reproducir caracteres latinos, es decir, la popularización del libro, fue lo que impulsó el siguiente período de la historia europea, el Renacimiento, que permitió a esa región romper con el oscurantismo que había frenado las posibilidades de democratización y desarrollo.
Sé que amistades dedicadas a la creación de audiovisuales se ofenden fácilmente ante el argumento de que el consumo de lectura requiere de más cerebro que el consumo audiovisual. Les pido que recuerden que me refiero al consumo y no a la creación. Crear requiere de mucha inteligencia para que el espectador reciba los impactos sin tener que pensar de más.
Retornando al tema de la segregación a los lectores, gente percibida como engreída y sobrada, he dicho que hasta las propias personas lectoras miran muy mal a quienes, como yo, leemos en formato digital. Nos acusan de haber perdido los goces del tacto y del olfato que provocan los libros.
El libro como objeto, dicen, produce placeres por su volumen, su peso, su olor, su forma y su diseño. Sospecho que un clásico cualquiera, en ediciones distintas pueda producir diferentes sensaciones, con sus variados volúmenes, pesos, olores y formas, no sé. No discuto que no haya ediciones bellas, las hay. Las hay, y muy bellas, también de libros que son muy malos.
He respetado tanto al libro impreso que, a diferencia de lo que cuenta la mayoría, me duele subrayar y hacer notas en ellos. En los textos digitales lo hago con toda libertad y paso a la computadora esas citas y notas.
No importa cuán bicho raro yo parezca a lectores y no lectores. En formato digital he leído o releído a Cervantes, Homero, Borges, Cortázar, García Márquez y muchos y muchas más, sin que nadie pierda brillo.
Freddy Fernández