Historia viva | ¿Arte o ciencia? ¿Ser o no reconocer?

28/06/2023.- A estas alturas, el debate sobre la historia como arte o como ciencia, a mi modo de ver, tiene que ser discutido por una audiencia más allá de las especulaciones academicistas "apolíticas" aparentemente neutrales del claustro universitario tradicional.

¿Para qué este debate?, me pregunto. La respuesta debe ser encontrada en soluciones a las necesidades que nos apremian como sociedad, para tener argumentaciones distintas a las aseveraciones que por décadas los especuladores positivistas han fomentado y con las cuales han intentado finiquitar la reflexión crítica, para darnos explicaciones matemáticas a asuntos sociales que son más complejos que la suma de dos más dos.

La tarea de desmitificar la historia entendida solo para eruditos y la necesidad de conectarnos emocionalmente con el universo de audiencias amplias, pero sobre todo juveniles, que son "fusiladas" a diario por una subcultura que no permite una pizca de reflexión consciente ni siquiera de la cotidianidad o de la realidad, es una prioridad de esta generación, de este siglo de transformaciones inminentes, próximas y seguras.

Hay que ser audaces para acometer el debate en el terreno filosófico, pero no especulativo. Más bien, llevarlo al escenario de la cotidianidad y de la sensibilidad humana, de explicarnos nuestras realidades pasadas, presentes y las causas que dieron origen a las desigualdades sociales y a este mundo caótico del mercado de capitales, de violencia política, de asedio, de corrupción y falta de ética. Aquí, de nuevo, el propósito: historiar la política con métodos de ambas disciplinas, que distintos autores han abordado, pero desde nuestra americanidad, nuestra venezolanidad y, sobre todo, para tener respuestas a las esperanzas sociales de redención que podrían encontrarse en la reflexión histórica.

Conocer los aportes que los pensadores europeos, historiadores, filósofos y teóricos del viejo continente han entregado como patrimonio del conocimiento universal es necesario. Ciertamente, en Marc Bloch, Johan Huizinga y otros estudiosos de la historia o los teóricos de la narratología como Bremond y Princi, entre otros teóricos del discurso, en sus distintas dimensiones han aportado recursos interpretativos para el entendimiento de la historia y de la literatura, cuando estas se cruzan para crear las narrativas históricas.

Miremos lo producido en Venezuela, en tiempos recientes, pero sobre todo después de la asunción de la Revolución Bolivariana, como los trabajos de Iraida Vargas, cuando señala sobre la manipulación "del conocimiento de la historia, esto es, de los procesos objetivos, vividos y experimentados por los pueblos, los cuales constituyen la única vía para comprender y explicar las presentes condiciones sociales de los países dependientes" (Vargas, 1999).

Manipulación inteligente que se manifiesta silenciosa y veladamente tras un discurso literario que intenta vender libros a señoras interesadas en los chismes históricos, mostrándose en apariencia ajenos al ropaje ideológico que viste toda narrativa literaria e histórica, para, de manera hipócrita, "identificarse" como neutrales, con "esterilización" política, cuando ya esa condición los revela, disfrazados tras una cortina de "pureza" y de "asepsia" ideológica.

Al respecto, el historiador Alexander Torres Iriarte, en un coloquio realizado en la Universidad Experimental de las Artes de Caracas en 2022, titulado "Historia insurgente y descolonización de la memoria", señaló:

Enfatizamos la inclinación política del historiador y la historiadora, que no quiere decir suscripción partidista burda y dogmática. Aquí debemos ser incisivos: es dañina la supuesta neutralidad axiológica de los historiadores tradicionales, así como el ego simplón y rabioso de los escribidores de una historia que pretende ser distinta.

En el sur del continente y hacia las primeras décadas del siglo XX, el filósofo peruano José Carlos Mariátegui afirmaba criterios definidos y trascendentes que hoy tienen absoluta vigencia:

El espíritu del hombre es indivisible, y yo no me duelo de esta fatalidad, sino, por el contrario, lo reconozco como una necesidad de plenitud y coherencia. Declaro, sin escrúpulo, que traigo en la exégesis literaria todas mis pasiones e ideas políticas, aunque, dado el descrédito y degeneración de este vocablo en el lenguaje corriente, debo agregar que la política en mí es filosofía y religión.

Jóvenes historiadores e historiadoras asumen el reto del debate sobre el asunto de la historia, mirando hacia una audiencia que debe ser reconocida, como el caso de Adriana Rodríguez, que enfoca sus textos a hurgar sobre a quién y cómo le interesa la historia a partir de su experiencia comunicacional:

La gente no nos hablaba de documentos de archivo como referentes históricos —en muy pocas ocasiones—, más bien, sostenían sus posturas en la crónica, la leyenda, el mito, en la oralidad, en la música, en el arte, en la tradición, en la danza, como los principales recursos en el ejercicio de su memoria.

Aclara Rodríguez que no se trata de quitar méritos a la investigación documental de archivos, sino más bien motivar y entusiasmar a la mayor cantidad de personas, y sobre todo a los jóvenes, para provocar luces de reflexión sobre el hecho histórico y como estas pueden contribuir a constituir ciudadanos.

Literatura e historia se cruzan con variables transdisciplinarias, como lo hace la antropología, la geografía o la arqueología, incluso la ingeniería o la agricultura. Lo fundamental del debate es el enfoque cuestionador decolonial de nuestras lecturas y narrativas porque los historiadores y escritores americanos somos distintos a los europeos, como lo ratificaron Quijano y Wallerstein:

Las Américas son el producto histórico de la dominación colonial europea. Pero no fueron nunca solo una prolongación de Europa, ni siquiera en el área britanoamericana. Son un producto original, cuyo propio y sui géneris patrón de desarrollo histórico ha tardado en madurar y abandonar su condición dependiente de su relación con Europa, sobre todo en América Latina.

 

Aldemaro Barrios Romero


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