Letra fría | Los 80. Parte IV

30/06/2023.- A todas estas, no sé ni cómo, o sí sé, pero eso lo cuento en el libro, cumplí treinta años en París. Me había ido por diez días y me quedé tres meses. Esa fue otra de mis peripecias de marca mayor. Por supuesto que andaba con mi pana Nelson Dávila. Hay un cuento buenísimo en Londres con Scotland Yard, pero ese también va para el libro, je, je. Me río porque Ricardo Domínguez, un difunto pintor amiguísimo mío, me decía "Rumberto Marketing", pero, de pana, no, no son minas para que la gente busque el libro, es que no caben ahí todos los cuentos, y estoy aprovechando para hilvanar, a duras o blandas penas, lo que será el esqueleto —o mejor, la escaleta— del libro Querido diario o más memoria serás tú.

Lo que sí sé es que esto comenzó como la columnita llamada Letra fría, para este periódico, para no dejar pasar por debajo de la mesa mi cumpleaños setenta, y en las primeras de cambio se cruzaron los cables con la década del setenta, y allá rodó el otro porque caí en donde quería caer. En ese delicioso "vagavagar", como decía mi pana, difunto también, Denzil Romero, ese ir y venir por la vida que nos antecede. Por eso, antes de París, recuerdo que un día, el esposo de una buena amiga, hermosísima amiga, me mandó a Panamá al SELA para una investigación de artesanías. Ante la ardua labor, de mis andanzas salseras solo pude ir al barrio El Chorrillo, que Rubén había inmortalizado en una de sus historias. Allí conocí a la Madame Kalalú y a cuanto bichito variopinto me llevó un escritor loco y curdero, de quien también olvidé su nombre. Como siempre, terminamos en un bar de putas "sin saber sabiendo". A eso nunca fui adepto, a pesar de algunas novias casuales, pero nunca —o casi nunca— fui tentado por las delicias de las meretrices.

Lo mejor de ese viaje a Panamá fue que el brillante periodista Manuel Felipe Sierra, uno de mis mejores maestros, director por entonces de El Diario de Caracas, donde yo seguía escribiendo, me dice que el Gabo se iba a ganar el Nobel de Literatura y que me bajara en Barranquilla y fuera a Cartagena a entrevistar a los padres de Gabriel, Luisa Santiaga Márquez de García y el simpático Gabriel Eligio. La emoción de volver a ver a mi hermano Marcel Lemaitre, a sus padres, Gastón y Sixta, y sus hermanos Gastonguillo, Fico y Jossette, en la vieja casa del Pie de la Popa, fueron suficientes incentivos para aceptar tan atractiva propuesta. El viejo Gastón me decía "el Gato Márquez", porque cuando "me asaltaron los munchies" a medianoche, me descubrió buscando las sobras de la cena en la nevera, ja, ja, ja.

Al llegar, los padres del Gabito fueron muy gentiles, pero más Luisa Santiaga, porque Gabriel Eligio era un divinamente viejo mamador de gallo. Doña Luisa viene y me pregunta: "¿Cómo fue que me dijo que se llama?". "Humberto Márquez", respondo. Y la hermosa doñita me explica: "Entonces somos primos, porque aquí llegaron tres Márquez de España. Uno se fue a la provincia, el nuestro se quedó en la costa y el otro se fue para Venezuela"… Entonces prendí el grabador, ya sin pena ajena, y le dije: "Bueno, prima, cuénteme entonces, del primo Gabito". ¡Ja, ja, ja!

Humberto Márquez


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