Crónicas y delirios | Bolívar Coronado, entre la sombra y el asombro
07/07/2023.- Rafael Bolívar Coronado es quizás el escritor más singular entre los "raros" o inclasificables de la literatura venezolana; y aunque en una crónica como esta no cabe todo el asombro que produce su menester dentro de las letras y la vida, trataremos de simplificar hechos, emociones, circunstancias.
Bolívar Coronado nació en Villa de Cura, estado Aragua, en junio de 1884. Sus padres fueron Rafael Bolívar, escritor costumbrista, y Emilia Coronado. Formalmente, solo cursó primaria, y al terminarla inicia una frenética andanza por el país que lo lleva hasta Colombia. Desde 1912 se incorpora a los afanes intelectuales, colaborando en El Cojo Ilustrado, los periódicos El Universal y El Nuevo Diario, y en diversas revistas de la capital y el interior del país. En 1914 se estrena en Caracas la exitosa zarzuela Alma llanera, con letra suya y música de Pedro Elías Gutiérrez, director de la Banda Municipal de la ciudad.
La obra tiene gran resonancia, y una de las piezas que se entonan en ella, también de nombre "Alma llanera", luego se convierte en el segundo himno nacional de Venezuela, ante cuyas estrofas todavía hoy nuestro fervor nacionalista suelta prolijas lágrimas: "Yo nací en esta ribera del Arauca vibrador, / soy hermano de la espuma, / de las garzas, de las rosas / y del sol...". No obstante, años después, el mismo Bolívar Coronado juzga en términos negativos su creación: "De todos mis adefesios es la letra del Alma llanera del que más me arrepiento". Nunca sabremos si en verdad se trató de un juicio sincero o de otra de sus imposturas.
A raíz del éxito de dicha zarzuela, el general Juan Vicente Gómez le concede una beca para estudiar en España, aunque nunca fue afecto al régimen gomecista. Desde el vapor rumbo al otro continente lo ratifica con gritos de "¡Muera, muera el dictador!". Una vez asentado en Madrid, difunde ardorosos artículos contra el tirano de su patria, escribe reseñas literarias para diversas publicaciones, se emplea como corrector de pruebas por influencia del poeta Francisco Villaespesa (aunque no dura mucho porque desconoce el oficio y comete errores) y luego aparece como copista de manuscritos antiguos en la Biblioteca Nacional.
El desempeño de Bolívar Coronado resulta prolijo e intenso en el suministro de obras inéditas de escritores célebres, venezolanos y extranjeros, así como de documentos de la colonia y originales de autor para su publicación por parte de la editorial América, de Rufino Blanco Fombona, y otras impresoras españolas. El ritmo de la labor no cesa, Bolívar Coronado trabaja sin paralizarse nunca, las imprentas piden más y más insumos, los interesados y la demanda crecen.
Sin embargo, algunos lectores empiezan a desconfiar, persistentes incógnitas les revolotean en la cabeza. Y es Vicente Lecuna, el organizador del archivo de Simón Bolívar, quien lanza la primera alerta en una misiva a don Rufino: ha encontrado palabras y alusiones de uso moderno en los documentos antiguos, hay un posible fraude, es necesario investigar. Pronto se descubre que Bolívar Coronado nunca asistió a la Biblioteca Nacional en Madrid, que ha inventado crónicas de inexistentes autores como Fray Nemesio de la Concepción Zapata, maestre Juan de Ocampo y Mateo Montalvo de Jarama, y que los códigos de registro bibliográfico son totalmente falsos.
Asimismo, la editorial América determina que multitud de libros entregados por Bolívar Coronado para su edición son apócrifos, como El llanero (estudio de sociología venezolana), de Daniel Mendoza; Letras españolas, de Rafael María Baralt y Obras científicas, de Agustín Codazzi, aparte de antologías de supuestos poetas, así como "originales" de Andrés Bello, Pío Gil, Pérez Bonalde y muchos otros. También se concluye que son simulados la biografía de Lenin, suscrita por un tal Jesús Castillo, poemas escogidos de Sor Juana Inés y Amado Nervo y textos de Cervantes, Unamuno y Ricardo Palma.
En este ámbito de falsificaciones, copias y material ficticio, los investigadores literarios concluyen que Bolívar Coronado utilizó más de seiscientos nombres entre apócrifos y reales para firmar sus escritos, engañando a todo un mundo de incautos lectores (y editores).
Ya descubierto, el falsario se justifica por motivos de subsistencia: "Como yo no tengo nombre en la República de las Letras, he tenido que usar el de los consagrados, porque no puedo darme el lujo de que me salgan telarañas en las muelas". Y además, alega intereses mutuos con respecto a los editores: "Ellos necesitaban nombres famosos, yo necesitaba trabajar para salir de apuros que comenzaban a ser famosos".
Don Rufino Blanco Fombona, al enterarse del fraude a su editorial y a él mismo, toma su habitual revólver y emprende la persecución de Bolívar Coronado por los territorios donde suponía se refugiaba, para matarlo sin oportunidad de explicaciones (y no era simple amenaza porque Blanco Fombona ya contaba con dos difuntos en su haber).
Bolívar Coronado, entre huidas y escondites, consigue trabajo como corresponsal de guerra en el Sahara, pero realmente nunca estuvo allí. Según su biógrafo Rafael Ramón Castellanos, los reportajes bélicos que regularmente publicaban diarios de Barcelona, los redactaba en esa ciudad, previo merodeo por el puerto. Se disfrazaba de mendigo y vagabundeaba por los muelles, se introducía en los barcos y visitaba los bares para hablar con los marineros que llegaban con noticias de la situación en África. Con estas informaciones calculaba los datos de las batallas y las cifras de bajas, a los cuales agregaba algunos pormenores de su propia cosecha imaginativa.
Finalmente, Blanco Fombona se cansa de perseguir al plagiario y heterónimo múltiple que lo engañó y decide perdonarlo. Entonces, le publica en la editorial América su libro Memorias de un semibárbaro, aunque no con seudónimo, sino con la firma auténtica de quien siempre pretendió esconderse en el olvido.
Rafael Bolívar Coronado, uno y múltiple, genio del ardid literario, "el soy todos y nadie", según José Balza, muere en Barcelona, España, a los 39 años, por causa de una epidemia de gripe, enfermedad ante la cual no pudo oponer ninguna de sus máscaras.
Igor Delgado Senior