Letra fría | Los 80. Parte V

07/07/2023.- La prima Luisa Santiaga Márquez de García me entregó una carta para su hijo Gustavo, que metí en mi cartera y ahí se quedó hasta que una noche en el bar La Bajada, de Sabana Grande, un hombre de bigote chorreado y voz estentórea me gritó: "Mira, Humberto Márquez...". Yo, todo cagao, solo pude decir: "¿Qué le pasa al señor?", y resultó ser el primo Gustavo, como nos dijimos desde entonces y después de romper muchas noches en la Calle de La Puñalada y otros bares, en su casa de Caracas y en la de su carnal Melciades Ballestas, en las residencias San Antonio en Los Jardines de El Valle. En estas ocurrían fiestas exquisitas con cajas de tres filos que le enviaba el presidente Carlos Andrés Pérez, buen amigo del Gabo, y que Manuel Felipe Sierra bautizó "La Conexión San Antonio", durante aquellas inmensas noches de whiskies y carimañolas. Eso hasta que llegaron aquellos quince días en la casa de los García Márquez de Cartagena, que ya he contado en otros artículos. Hubo muchas historias de su época de cónsul de Colombia en Barquisimeto y chistes de su fábrica de filitos de pantaletas en El Cementerio, que iremos desgranando en el fulano libro, si es que llega, je, je.

Después de aquellas otras páginas dobles en el diario, creo que ya había perdido el privilegio de las centrales, ja, ja, ja. Le dije a mi pana Manuel Felipe, director de El Diario de Caracas por entonces, que me iba para Europa y le pedí que me hiciera una carta de esas que dicen: "Se le agradece a las autoridades civiles y militares facilitar las gestiones de nuestro reportero estrella Humberto Márquez". ¡Y la firmó! Ja, ja, ja. Después de un viaje a África del Norte, que también contaré después, recalamos en París, en la que estaría diez días con mi amigo Nelson Dávila, pero donde nos terminamos quedando tres meses. El sitio de pernocta era la casa de Jacques, un antropólogo francés de La Sorbona que me debía grandes favores, y el sitio táctico era el apartamento de La Pilla Catalá, en los Champs Elysées, donde, por estrategia básica, guardábamos la ropita y los doscientos dólares de cada uno, que poco a poco iban palo abajo. Un día llegamos a buscar ropa y los diez dólares semanales con los que comprábamos baguettes, jamones exquisitos, quesos Camembert, brie, roquefort y vinos de table, léase 'de mesa', baratos, pues, para aquellos pícnics permanentes en parques célebres, vale decir, un sucedáneo de aquellos almuerzos de tienda de pan con mortadela y cocacola, ¡pero en París con vinos hasta marroquíes! Ja, ja, ja.

Un día nos dice La Pilla: "Me voy por quince días al Festival de Cannes, así que recojan lo que necesiten por ese tiempo…". Y yo le digo: "¿Y si nos vamos contigo?". "¡Coye, Humberto —dice ella—, si tuvieras un carnet de periodista sería posible!". "¡Ya vengo! Préstame una tijera…". Me fui a una fotocopiadora con la carta de Manuel Felipe Sierra, me saqué una foto de Photomathon, copié la firma del director de El Diario de Caracas e hice un carnet que plastifiqué y volví al apartamento: "Aquí está el carnet". Ja, ja, ja. A los tres días llegó una chapa amarilla con cordoncito y todo, con acceso a todos los eventos y las salas del festival.

Ajá, ¿pero y los cobres? A veces anhelo aquellos años, ¡porque ahora no se me ocurre nada! Llegar a setenta como que es paja, ja, ja, ja… Bueno, el cuento es que me acordé de un pana de Barquisimeto, el pintor Esteban Castillo, enamorado de Libia Rodríguez, una gran amiga, hoy su esposa, y llegué con mi chapa de Cannes, le eché el cuento y me prestó o regaló cien francos. Animado por eso, me fui al estudio de Cruz Diez, a quien había entrevistado en mi época de las páginas centrales. Preocupado por mi petición, me dijo: "Coño, Humberto, yo solo puedo darte quinientas pepas". "No se preocupe, maestro, ¡gracias y que Dios le pague!". Ja, ja, ja. ¡Fui por cien y salí con quinientos francos! Ja, ja, ja.

 

Humberto Márquez 


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