Tinte polisémico | ¿Cómo se corren 1.500 metros planos?
que se corren alrededor del óvalo olímpico.
Alineados y en máxima tensión, los corredores
esperan concentrados con impaciencia la partida.
La detonación de un disparo da inicio a la prueba.
Con rapidez y disposición, cada competidor
busca la mejor ubicación en el pelotón.
Se imprime un ritmo frenético y desenfrenado.
Normalmente de biotipos delgados son los atletas.
Ejecutan zancadas largas y acompasadas.
Con braceo alterno, fluido, sincronizado,
cada uno se concentra en su táctica.
Se desplazan en grupo, cual ballet en carrera.
Entre todos recíprocamente se vigilan.
Comienza la presión por tomar la vanguardia.
Mantenerse al comando del grupo es el objetivo.
Cada quien desea liderar con sus parciales.
Demanda un esfuerzo sobrehumano
romper con el cuerpo el viento y trazar la ruta
mientras el resto persigue y hostiga a la zaga.
Se imprime mayor velocidad en cada giro,
buscando a toda costa agotar a los contrarios.
Se intercalan a cada instante las posiciones.
El propósito es dominar mentalmente,
quebrar la voluntad de los oponentes
es parte de la psicología de la prueba.
Sienten las pulsaciones cardíacas aceleradas,
exhalan por la boca todo el aire de las entrañas.
Hay que llenar prontamente los pulmones,
inyectar a la sangre el oxígeno necesario
para transferir a la musculación la energía
que permite rebotar y avanzar cual gacelas en la pista.
Tratan de optimizar su fisiología,
no cesan en presionar y mantener la cadencia
y a la vez dosificar sus fuerzas para el gran remate.
Llega el instante de la última vuelta al circuito,
suena la señal, un juez de pista acciona la campana,
todos cual antílopes advertidos inician la aceleración,
irrumpen en desbandada para el embalaje final,
se abre el pelotón como abanico, se atropellan
buscando cada quien una salida y línea libre de carrera,
embisten con sus cuerpos, mentes y almas,
a la captura de la meta que ambicionan,
se miran todos por encima de ambos hombros
para constatar quiénes les acompañan y aún luchan.
Todos agotados y desesperados avanzan.
Disputarán encarnizadamente todos la victoria.
Se entumecen las piernas y los glúteos,
los brazos no responden, pesan toneladas.
Parece que no alcanza todo el aire del estadio.
Se definirá como ganador de la prueba
quien soporte con mayor estoicismo el dolor,
quien doblegue y mitigue mejor la fatiga,
aquel cuya psiquis no se entregue o capitule
y quien abrigue la mayor convicción y el ánimo
de superar los umbrales de la resistencia humana.
El afrontar el reto de llegar por tus propios medios.
Proyectar el pecho y cruzar de pie la meta, victorioso,
aunque después de tal entrega se desplome al suelo.
La anatomía sudada ha cedido, íntegramente, exhausta.
Héctor E. Aponte Díaz