Caraqueñidad | Médicos de Caracas, eternos luchadores
Homenaje al doctor Rísquez
No basta con esfuerzos oficiales si no hay conciencia social e individual.
17/07/2023.- El 30 de diciembre de 1918 Juan Vicente Gómez pretendía, vía decreto, poner fin a la mal llamada gripe española, que no acataba mandatos y arrasó con la salud y la vida de quienes violaban las normas de bioseguridad. Estas, como hoy, un siglo después, se circunscribían al distanciamiento social y el aseo personal, por recomendación de los médicos caraqueños.
Se registró la historia de la salud a través de publicaciones científicas y se estimó que hasta diciembre del año siguiente de tan funesto decreto fenecieron más de 23 000 afectados, en una población que ascendía a 2 362 977 personas; es decir, casi el 1 % del total.
Por fortuna —comprobado está—, esos padecimientos así como llegan se van. Causan desasosiego, dejan huellas, pero no han sido ni son el fin. Son retos cada vez más exigentes para la ciencia y la medicina, que, a pesar de las víctimas, van ganando la pelea.
Son los especialistas quienes generan soluciones; unas más lentas, otras más efectivas, pero así es la historia de ayer y de hoy, según orientación de las autoridades bajo los protocolos internacionales para combatir enfermedades y su propagación.
Así superamos cólera, viruela, peste bubónica, gripe española, tuberculosis, paludismo, dengue, influenza, H1N1 y ahora estamos en dura batalla contra la covid-19. Esta, a pesar de desactivarse con espuma de jabón y alcohol (base del aseo personal constante), por su capacidad de propagación, carga al mundo de cabeza (sobre todo a las grandes potencias). Su vacuna tiene simpatizantes, pero también adversarios.
A ritmo muy lento, los esfuerzos mundiales por combatir esos y otros males se vieron coronados con la creación de la Organización Panamericana de la Salud en Chicago, en 1902; y cinco años más tarde con la Oficina Internacional de Higiene Pública en París. En 1919, se funda la Oficina Contra las Epidemias, y no es sino hasta 1946, un año después de la ONU, cuando nace la Organización Mundial para la Salud. Seis años más tarde, ve luz la Red Mundial de Vigilancia de la Gripe, paralelamente con el Instituto Nacional de Higiene de Caracas, aliado del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, activo desde 1936.
Comisiones de salud
Así como hoy existe la Comisión Presidencial para la lucha contra el coronavirus, con el viejo antecedente de la Comisión de Vacunación contra la viruela en el siglo XVIII, se creó la Junta de Socorro en 1918 para batallar contra la mal llamada gripe española.
Gómez mantuvo los históricos privilegios de la Santa Iglesia Católica, por lo que el Arzobispo Felipe Rincón González presidía aquel conglomerado de notables antigripales, en el que además estaban el presbítero Rafael Lovera y Santiago Vegas, encargados de los asuntos mortuorios. Junto a ellos, se encontraban los médicos Luis Razetti, Rafael Requena y Francisco Rísquez como responsables de hospitales y atención a los contagiados. Luis Alvarado atendía los protocolos de desinfección (a base de creolina). José Herrera y Héctor Pérez eran los tesoreros y encargados de los víveres, mientras que Pedro Pérez se ocupaba de las medicinas, bajo la asesoría de Vicente Lecuna.
Esos avances quedaron plasmados en las páginas de la Epidemia Febril de Caracas, la Gaceta Médica de Caracas (editada por la Academia Nacional de Medicina) y, de periodicidad trimestral, los Anales de la Dirección de Sanidad Nacional.
En esos días había unos mil médicos activos, es decir, uno por cada 25 000 habitantes, y casi todos en Caracas, lo que complicaba el asunto en el interior del país. Por ello, en Maracaibo crearon la Liga Sanitaria. Quemaban cadáveres y sus mortajas con la fe de que así se alejaría el mal. Las empresas petroleras donaban combustibles derivados del oro negro para las acciones crematorias.
Algo similar sucedía en Puerto Cabello y otras zonas de respetable densidad poblacional.
En Caracas escaseó la madera para las urnas. Hubo contrataciones extras de sepultureros por acuerdo entre la policía, la Comisión de Salud y la funeraria La Equitativa, para encargarse de los destinos finales de los desafortunados. Fueron frecuentes los entierros en fosas comunes. Así nació la Peste Vieja, en el Cementerio General del Sur, que a partir del Caracazo de 1989 pasó a llamarse simplemente La Peste.
Aportes capitalinos
Caracas siempre prestó sus médicos contra esas fatales enfermedades. En aquellos días de brotes de viruela, en 1724, ejercían solo dos galenos registrados de manera oficial por el Cabildo capitalino: el irlandés don Esteban Maldonado quien, imputado de causa criminal por atender sin distingo a todo el que necesitara, fue confinado en el Seminario de la ciudad, de donde escapó sin dejar rastros. El otro fue el francés, anotado como médico caraqueño, don Nicolás MacDonald Fachón, quien se retiró de viejo. Ambos prestaron sus servicios de manera efectiva contra aquellos males.
Setenta años después entra en escena Joseph Roys Carvallo, quien pagó prisión injustificadamente debido a la envidia de algunos colegas cirujanos; pero se impuso el sentido común y siguió ejerciendo en aquella ciudad en crecimiento.
Razetti son miles
Luis Razetti, padre de la medicina moderna en Venezuela, sanitarista y epidemiólogo, puso fin a una estéril polémica entre sus colegas que creían que el mal era una bacteria. Él enfatizó que se trataba del virus de la gripe y proyectó un contagio en Caracas del 75 %.
"La experiencia ha demostrado que la profilaxia colectiva (…) es imposible", advirtió en referencia a la gripe, y agregó: "El papel del higienista se limita a aconsejar la profilaxia individual, cuya expresión más cabal es el aislamiento, porque el contagio es siempre interhumano". Él sabía que, al igual que ahora, evitar la transmisión era "casi imposible en la práctica".
No bastarán esfuerzos oficiales ni riesgos de médicos y enfermeras si no hay consciencia social e individual. Vaya el reconocimiento y los mejores deseos a Irlix Romero y Alfredo Saldeño, dos ángeles de bata blanca y estetoscopio, quienes, como otros miles, andan en la lucha, regalando vida y esperanzas.
Luis Martín