Psicosoma | Amores

18/07/2023.- En esos recuerdos de conversa con mis abuelas, de muchacha preguntona, siempre me ha gustado tocar temas sobre los primeros encuentros de las parejas y el enamoramiento. Ellas reían. Celedonnia decía: "En la pareja, hay uno que ama más y cuida, pero lo que importa es que el hombre sea bueno y siempre diga la verdad".

Para la abuela paterna, doña Fortunatta, era muy importante dejarse amar, conocerse y pelear sin abandonar la cama. "Es que [de otro modo] nunca van a conocerse…".

Ellas pertenecían a esa generación de mujeres que podían elegir a sus esposos, no como las tatarabuelas, a quienes encerraban con el hombre elegido por sus familias, previo a los abundantes festines. Al día siguiente, si congeniaban, convivían por un lapso, y si la relación no funcionaba, volvían a sus casas, sin rollos.

Me refiero a las sociedades quechuas y andinas que todavía practican estas costumbres. También me conmueve el caso de viudos o viudas que se casan con las hermanas o primos del difunto para cuidar a los hijos y esposo en el proceso del duelo, frente a otros espacios donde abundan madrinas o padrinos irresponsables que aparecen una vez al año o nunca…

Las parejas de marinovios y los matrimonios de artistas endemoniados que no se soportan, pero mantienen una casa en la calle de al frente, o que viven en un penthouse con pasadizos son otras formas de acompañarse. En fin, son gustos y en amores soy analfabeta.

Mi curruña siempre me tuvo envidia porque los hombres se quedaban y yo me los quitaba a sombrerazos, como nos dice la morocha.

Y es que nunca me gustaron. Más bien creo que yo las envidiaba por sus libertades, esas tontas de quitarse las franelas y mostrar el torso desnudo en las piscinas, las canchas, montarse en los árboles, comer con las manos, pelear…

Eso del marinovio me daba cosita. Nunca me imaginé conviviendo con hombres y menos tener relaciones duraderas.

¿Entonces que es enamorarse? ¿Qué es el amor, el primer beso, la primera vez? No sé nada y eso que ya estoy en mis penúltimas vueltas, nada eróticas…

Solo siento morir al goce adictivo de verle y aspirar sus esencias hasta la nueva moridera...

Amores tatuados, marcas e improntas fueron lecturas y teorías que llevé a la práctica, al apostar al virgo tabú. Madre casi nunca se comunicaba, por las secuelas nerviosas, pero eso no significaba que no estuviera pendiente de todo: "No me gusta gastar las palabras y menos perder el tiempo", "Vaya a confesarse e ilumínese", "Usted va a tener muchas cicatrices y mientras viva no se va a meter nada químico"...

Esas eran sus conversaciones, pero me animé y se lo pregunté. Creo que me sentía morir. No comí, tenía fiebre, insomnio, visiones, escuchaba voces, bailes y poemas que me transportaban. Ella, con sus cuentos místicos, me veía de monja, aunque ya me había fugado dos veces. Las palizas y torturas eran normales, en nombre de Dios.

Le pregunté: "¿Cómo conociste a mi papá?". Ella respondió:

Él vino a casarse con su novia. Traía el ajuar en mulas. Estaba al borde del río, lo vi, nos miramos, pasó y lo olvidé. No sabía que el compañero de estudios que vivía alquilado era su hermano menor. Un día aparece don Darío y en quince días le pide la mano para casarnos a mi papá Constantino. Yo era su única hija, de quince años. Vine a vivir a Lima en un viaje de quince días con un desconocido. Luego intenté separarme porque era muy mujeriego.

Rosa Anca


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