Letra fría | Los 80. Parte VII

21/07/2023.- Hablando de películas, ¡Cannes fue la propia! Hoy le preguntaba a Nelson, pero tampoco se acuerda de un venezolano relacionista del cine, que se hizo muy amigo mío por esos días y me llevó una noche a una fiesta en un yate superlujosísimo con todas las divas del cine. Debo confesar —para que Earle, desde la eternidad, no siga diciendo que yo invento— que solo pude ver a aquellas hermosas actrices en bikini, ya que por mi insuficiencia idiomática nunca pude decirles un carajo.

Y ni siquiera a Roger Moore, el Santo Simón Templar, que era mi héroe de los sesenta y setenta, por parecerse —pero en versión moderna— a mi otro héroe querido, Robin Hood de Sherwood. Debo confesar que estoy pegado viendo sus series en YouTube. ¡Los retrasos de la tecnología, que para escribir unas pocas líneas, me obligan a ver todas esas serie televisivas! Ja, ja, ja…

La historia fue que no me quedó más remedio que atragantarme de langostinos gigantes, caviar de beluga, otras exquisiteces increíbles —menos los huevos de codornices, que no me gustan— y champañas sublimes a granel.

Pero este cuento de Cannes —hay varios que quedarán para el libro— es impelable. Al día siguiente, con aquel ratón frustrante, resaca, cruda o guayabo, es decir, ese dolor de cabeza que solo resuelve una cerveza bien fría, me la tomé mientras escribía en un papelito: "Ahora el feliz e indocumentado soy yo. Vengo de El Diario de Caracas y lo quiero entrevistar". Ese papelito se lo entregaría al Gabo cuando llegara a su conferencia de prensa con motivo de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada. Yo estaba muy emocionado por el suceso que me iba a ocurrir, pero me cortaron la nota diciendo que Gabo decidió no ir a la rueda de prensa porque era el brasilero Ruy Guerra, el director, quien debía hablar de su película.

Cuando comenzó la vaina en francés; en griego, por Irene Papas, que era la abuela, y en portugués de Brasil, por Claudia Ohana, quien era la Eréndira en la película, entendí que yo no tenía nada que hacer allí. Me fui con mi rabo entre las piernas y un nudo en la garganta por jugarme la carta de la fama que nunca ha llegado, ja, ja, ja.

Esto me hace recordar una cuña navideña de Jamón Plumrose, de la niñita que va triste por la calle porque llegó tarde a comprar su jamón de Navidad... Mientras caminaba, no se me ocurrió otra cosa que sacar un "junte" —léase perfume mágico que me regaló Anita Salinas, amiga de mamá, mi bruja privada, pues, que era un abrecaminos con que me ensalmó antes del viaje— y colocármelo debajo de mis orejas. No me lo van a creer —si no, que lo digan Earle, desde el más allá, y Roberto Malaver—, pero, al doblar aquella esquina de la expo del cine, ¡vi con sorpresa que Gabo estaba solo, solito, con mi pana el director del stand de Colombia!

¡Muéranse!

¡Gracias, Anita Salinas, por los favores recibidos!

 

Humberto Márquez


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