De comae a comae | El parto fisiológico de Yara

La brisa del este bajó del Ávila, atravesó Parque Central y llegó a mi cuerpo desnudo

25/07/2023.- Leer, escuchar o mirar experiencias positivas de quienes han transitado un parto es una manera de recordar a la razón lo que los cuerpos gestantes en su momento son capaces de hacer: abrirse maravillosamente para darle paso a la vida extrauterina.

Leer, escuchar o mirar experiencias de partos en contextos de violencia y deshumanización son una manera de avivar miedos, miedos que en mi caso particular contribuyeron a darme el tiempo necesario para pensar el parto que deseaba tener.

Este deseo necesariamente debió ajustarse a un presupuesto. Por ello, muchos de los documentales que miré terminaron por parecerme fantasiosos. En la lista se descartaron delfines, playas, casas de partos, médicas especializadas, incluso la piscina inflable para colocar en el apartamento, ya que, en medio de una cotidianidad de recortes de agua y falta de calentador, una idea como esta resultaba una presumida complicación operativa.

La resta dejaba cada vez menos elementos en la lista. Incluso por motivos de falta de seguridad y conocimientos, el plan de parir en casa con una doula fue descartado. Me quedaba lo más importante: un cuerpo activo, un embarazo en salud, una casa con condiciones básicas requeridas, un compañero presente e involucrado en todo el proceso, investigación, estudio, ganas, convicción y la puerta que abrió Elizabeth Daz, al apoyar y acompañar la decisión del parto extrahospitalario junto a su colega Suhay Muñoz.

Aunque en el momento del nacimiento solo estuvimos Balmore, Yara y yo, contamos siempre con el apoyo de Elizabeth (pediatra) y Suhay Muñoz (cursante del posgrado de Obstetricia), médicas jóvenes quienes desde finales del segundo trimestre del embarazo se reunieron con nosotres para intercambiar ideas y convenir puntos para acordar en lo que era posible ceder y en lo que definitivamente no.

Fue necesaria la lectura de documentos, en especial del mundo de la medicina, los cuales fueron de gran utilidad para defender mi derecho a negarme a procedimientos como la episiotomía, los tactos vaginales, las maniobras de inducción o "ayuda" al parto, el uso de Pitocín u otros medicamentos, el corte prematuro del cordón umbilical, la extracción de la placenta, el legrado, la atención invasiva para con Yara al nacer.

Hacia el octavo mes de embarazo, se manifestó en mí una tigra luchando a garra y diente por garantizar no ya un parto humanizado ni amoroso, sino un parto fisiológico, orgánico, sin intervenciones. Así ocurrió: el universo, las diosas, mi madre y todas las almas de las mujeres de mi linaje, el 26 de abril del 2023, confabularon para un hands off total.

Ese día, cerca de las diez de la noche, después de orinar, rompí fuentes. Por mis piernas rodaba un líquido transparente y tibio que dejaba charquitos a medida que caminaba de un lado a otro. Dudaba de que fuera el líquido amniótico, en realidad quería pensar que no lo era. Me daba terror saberme en ese momento sin dolores, sin contracciones. Entendía por referencias consultadas lo importante de cuidar aquel líquido para un parto en casa. Si perdía demasiado, el destino sería el hospital.

Pasé del susto a la operatividad. Entre Balmore y yo arrancamos el plan de parto que habíamos preparado. Avisé a mi padre, le escribimos a las doctoras, fuimos a ordenar las cosas y en veinte minutos empezó un leve dolor de vientre. Todo se desencadenaba rápido. Otros veinte minutos más tarde, vacié las tripas de una manera asombrosa. Nuestra naturaleza seguía mostrándose sabia.

Entre las once de la noche y la una de la madrugada, mientras mi cérvix se dilataba y las contracciones aumentaban, alistábamos lo que llamamos "el parque de parto". Balmore descargó una aplicación para el monitoreo de las contracciones y se comunicaba con las doctoras para que desde la distancia estuvieran al tanto de cada etapa. Me bañé porque deseaba sentirme limpia, y no podía hacerlo sola, pasé el coleto un montón de veces porque ver el piso con fluidos, incluyendo gotas de sangre, me incomodaba... Mi ser gocho lo tenía a mil...

De pronto, quise estar a oscuras, no soportaba la luz. La pelota de ninguna manera me servía, las cuerdas de la hamaca tampoco, la cama me molestaba e incrementaba el dolor. Solo estar de pie, con las manos apoyadas en la pared, me resultaba la mejor posición para apaciguar el jaloneo en el que me temblaba todo el cuerpo. La voz de Balmore repetía siempre: "Respira, respira. Lo estás haciendo bien", mientras me masajeaba y me recordaba relajar la mandíbula. Al hacerlo, me salía un canto de ballena.

Pasada la una de la madrugada llegaron las ganas de pujar. Recuerdo haber sentido el primer empujón hacia el ano, le orienté a mi cuerpo la dirección correcta y a partir de entonces aquella bola pesada y gigante que era la cabeza de Yara haciendo presión hacia abajo se centró en mi vagina.

El calor era insoportable, me asaba. Entonces abrí la ventana, la brisa del este bajó del Ávila, atravesó Parque Central y llegó a mi cuerpo desnudo que, sostenido de las rejas, empezó a pujar con fuerza. Me arqueaba intuitivamente. Balmore se colocó en posición. La cabeza de Yara se asomaba como una media luna.

En cinco pujos salió mi niña, primero su cabeza a la altura de la nariz, luego siguió su descenso hasta la boca, después su cuello. Las contracciones pararon. Toqué su cabeza, queriendo ayudar a que saliera, pero no pude. Me daba miedo hacerle daño. Le pedí a Balmore que la sacara. Tampoco quiso. Volvieron las contracciones, así salió uno de sus hombros, hasta que finalmente todo su cuerpo cayó en manos de su padre.

Cuando vi a Yara y la tuve en mis brazos, quedé asombrada de lo hinchada que estaba. Parecía recién salida de una pelea de boxeo. Su piel estaba morada y su cabeza asemejaba la de una figura egipcia. Mi chiquita hacía quejidos pequeños. Permanecimos expectantes hasta que brotó su llanto.

Nunca tuvimos la necesidad de ir hasta un hospital. Las doctoras llegaron después del nacimiento y verificaron que todo estuviera bien. No solo logré un parto fisiológico, también pude hacer un corte tardío del cordón umbilical. Esperar el alumbramiento de la placenta, sin medicación, sin apuros ni horarios impuestos, comí de la placenta. Lo más divino de todo fue cuando por primera vez les tres en la cama hicimos nuestra primera siesta.

 

Ketsy Medina


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