Estoyalmado | Bajar la poceta sin agua en el tanque

Otro de nuestros talentos desconocidos e infravalorados 

Hay un problema en Jackson, la capital de Misisipi, en EE. UU.: no hay agua, y cuando llega, está contaminada de plomo. Eso hace que las pocetas en las viviendas no tengan suficiente agua para descargar las necesidades de los 163.000 habitantes de esa ciudad estadounidense. “Esto no es normal”, dicen en un reporte. 

Lo mismo se diría aquí en el país. La diferencia es que ningún estadounidense promedio se imaginaría lo que nosotros hemos soportado (no solo déficit de agua) en estos últimos siete años, en parte por las sanciones y medidas coercitivas (aún no desmontadas completamente) aplicadas precisamente por la clase gobernante de EE. UU. 

A diferencia de la ciudad de Jackson, en la caraqueña parroquia Altagracia, donde habito, solo llega el agua permanentemente los domingos; para el resto de los días nos defendemos con pipotes llenos, además de un tanque cilíndrico, cuya bomba de agua cuando la prenden tiene el poder de revivir la sensación fetichista de bañarse con agua saliendo de la regadera o vivir la satisfacción de fregar los corotos con agua disponible saliendo del grifo, y no remojando cada traste en una ponchera con agua mezclada con jabón y limón, este último para “cortar” la espuma en vasos, platos y ollas. 

En Jackson ocurre algo que nosotros hemos resuelto, tal vez por nuestra valiosa resiliencia e inventiva como venezolanos, y no por “conformismo” como algunos dicen: allá, aunque entregan bidones de agua a sus habitantes, también deben instalar baños portátiles de plásticos afuera de las casas para que puedan defecar u orinar, porque no saben cómo bajar la poceta sin que tenga agua en el tanque.

No sé por qué aún no hemos enviado una delegación humanitaria a Jackson. Aquí muchos podríamos dictar clases magistrales sobre cómo bajar la poceta usando un balde de agua. Modestia aparte, es una habilidad anónima que ejercen a diario muchos talentos desconocidos.

Y digo talento porque nosotros no necesitamos baños portátiles. Aquí hacemos bajar la poceta con una proeza de la cual algunos se avergüenzan comentar en público. La cosa es así: se levanta la perola a una altura determinada para vaciar el agua con rapidez y así garantizar que corra con fuerza dentro en la taza. Los más avezados echan la última cantidad de agua aplicando más fuerza y violencia, como para que se termine de bajar nuestras necesidades. 

Esta acción de bajar la poceta con un balde agua sucede en cuestión de segundos y necesita de la precisión, pulso y destreza para aprovechar justamente la poca agua disponible, que muchas veces es la misma que se usó para lavar los platos sucios. Quien jamás lo haya experimentado, en el 2019 seguramente vivió su primera vez con el apagón eléctrico que afectó el servicio hídrico.  

Transcurrió una semana sin luz, en la cual hubo menos agua que ahora. En medio de ese evento terrorista, en Caracas algunos alquilaban cisternas; otros salían a recoger el líquido en las laderas de la autopista Cota Mil o en las tuberías subterráneas que transportaban agua de los manantiales provenientes del cerro Warairarepano. 

Cuando un editor ruso de una cadena noticias recibió mi reporte acerca de ese hecho, estaba asombrado cómo los venezolanos, aún con tantos golpes morales y psicológicos a los que nos estábamos enfrentando, reutilizábamos el agua para diferentes acciones de aseo: nos bañábamos dentro de una ponchera para que el agua allí depositada se usara después para, justamente, bajar la poceta. Lo mismo para fregar. “¿Ustedes no se rinden con nada?”, llegó a decir el ruso en su machucado español. 

Por eso insisto que deberían seleccionar a los mejores del país para propagar en la ciudad de Jackson el legado de bajar la poceta sin agua en el tanque, solo usando el tobito de agua. 

Parece broma, pero es muy real y dramático lo que sucede en la ciudad estadounidense de Jackson, la cual fue declarada en estado de emergencia por el asunto del agua y, sobre todo, por la limitación de no poder usar los baños. Cada mañana un promedio de 180 niños y niñas salen de sus escuelas y abordan un autobús para ir a otra escuela cercana, cuyos baños sí tienen agua en el tanque, y así poder “resolver” el problema solo jalando de la cadena. Cuánto sacrificio se evitaría si en cada escuela de Jackson aprendieran nuestro arte de bajar el inodoro con su respectivo balde de agua.

Los expertos advierten que ese problema en Jackson tardará años en resolverse, por lo que los baños portátiles y el traslado a otras ciudades solo para usar los inodoros se volverá una rutina cotidiana. 

Eso ocurre allá en la primera potencia del mundo. Mientras acá, en el subdesarrollo, cada quien a diario resuelve con la particular habilidad de bajar la poceta. Si alguien de allá en el Norte descubriera nuestro secreto, diría igualmente: “Esto no es normal”. Al parecer somos una especie subdesarrollada que resuelve la “anormalidad” con inventiva del Caribe.

 

 


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