Palabras | Recuerdos de la globalización de Dios

Demasiado hemos trabajado para los dioses.

"Chino" Valera Mora

 

03/08/2023.- Probablemente, primero fue la globalización natural: astros, animales, montañas y aguas, nombrados en lo inicial con signos, al parecer, despojados de la poesía. A partir de allí, precipitaron el ordenamiento intencional del mundo, legitimando la adoración y los sacrificios, creando los cimientos de las sociedades corporativas, con su circo, sus conspiraciones y sus impuestos. Impuestos en especies y monedas para los reyes. Animales desangrados y humanos muertos para los dioses. Dispusieron de cada detalle, adornaron el banquete y lo ubicaron en su santo lugar.
La ira del pueblo y de lo sobrenatural comenzó a ser mediatizada. Con el transcurso se evidenció el trasfondo del poder. Subieron las élites al podio más alto, con sus profecías eternas que heredaron al porvenir, incluyendo la degeneración de la ética. Devinieron los agentes del discurso social, con la política reiterada de la fe, la demagogia de la esperanza y la clasificación del paraíso. De forma similar fueron bendecidos por la pluralidad de dioses, donde los seleccionados del pueblo, por algún criterio intimidatorio, también pagaron su tributo, pero con la vida en las fiestas patronales de los sacrificios. Daban pie a la represión religiosa legalizada, como día de júbilo para alegrar al rey de los tormentos. La fuente del horror también tuvo su arte.

Pinturas, música y poemas sobreviven aún. Los intelectuales del festín igual hicieron su aporte para complacer al mecenas de turno, como si fuera una farmacia. Como hoy, arte-aron en trueque por privilegios, fama y dinero. Cantaron con honor la mentira, elogiaron los sacrificios humanos y los genocidios, en nombre del Dios que más les interesó. Inmortalizaron la perversión, indignificaron, contrabandearon la adulancia tras su producción, narraron con fuerza las maneras criminales de las ofertas a Dios como una justificada eficacia de someter las fuerzas atormentadas de la naturaleza, la odiatría supranatural y los tesoros del reino.

No era más que promover el miedo, sostener lo instituido como botín de los dioses que regurgitaba la nobleza. Así lo precisa la ciencia en su historia, que todavía vende lo terrible del pasado en vistosos documentales. Lo cierto es que solo se cuentan entre los hallazgos los muertos de la servidumbre, los relegados de la miseria y uno que otro intranquilo que se arriesgaba a la verdad social o poseía una exagerada fuerza muscular, donada, supuestamente, por ciertas deidades.

En fin, si el rey moría, con él también tenía que morir su servidumbre para seguir sirviendo hasta después de la muerte. De la misma manera, si fenecía el toro o cualquier animal que adoraban, con él tenían que irse unos cuantos, enterrados vivos o muertos, daba igual. De modo que del sacrificio ofrendado a los dioses se pasó a ofrecer también a animales y reyes, cambiando el escenario y los actores, haciéndolo más visible y más real y más cercanamente temeroso. Lo que no cambió fue la procedencia de los que morían. Las ofrendas se estipularon con más frecuencia, eran más selectivas y más públicas hasta llegar al circo, al coso de los condenados el sábado sensacional de la muerte.

Lo que otrora fue naturaleza lo convirtieron en ley privada. Los dioses paganos fueron sustituidos. De la multiplicidad de dioses se pasó al monoteísmo. Esto, porque la dispersión del poder en innumerables dioses y reyes obligó a garantizar la ambición en un solo Dios y en un solo imperio. Entonces globalizaron a Dios y unificaron la miseria. Crearon los ministerios y los ministros de Dios. Se considera al Estado como apéndice de la religión. De la política, un brazo girable de lo eclesiástico, se pasa al supuesto el poder separado de la religión, según el principio de "al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". O lo que pareciera ser lo mismo, a cada cual su diezmo. No obstante, dice la canción: "Los dioses no comen ni gozan con lo robado". Para unos se redistribuye el credo y para otros la riqueza. Luego refinanciaron las obras del señor, templos y catedrales, en cada confín, crearon la curia, administraron a Dios y solo participaron en la cofradía aquellos clasificados en devoción y cierta sobresaliente vejez. Surgen los santos y trabajos para los pintores y escultores. Los santos también se globalizan, así como los artistas con sus aureolas. Se escribió la ley de las tablas, la culpa deja de ser de lo supranatural para ser del ser humano pobre y se decreta el pecado personal.

A Dios lo vuelven hombre, con su contrapartida, el demonio. Lo concretan todo, la Trinidad se transforma en cruz y la cruz comanda las subsiguientes guerras. Se editan los códigos, transcritos desde el cielo. La confesión prefija el preámbulo de la psicología, la psiquiatría e internet. Desde allí, lo que sería después la policía consiguió las bases del interrogatorio y la penitencia, su tortura. Se colonizó, se sustituyeron culturas ajenas y se creó el nuevo ordenamiento, con sus colaterales extensiones. La iglesia dijo lo que era ciencia. Así, se formaron legiones de generaciones que heredaron, tiempo después, aquello que le habían sujetado y defendieron, hasta con la vida, lo que les ahorraron como monedas de mentiras cual banco en la memoria. La lástima, la misericordia y la piedad agacharon la cabeza de la gente y los arrodillaron. Rezaron por un tiempo mejor, pero, después de dos mil años, tal plegaria aún no ha sido oída; lo que probablemente influyó en el descrédito de sus conductores. La fuerza ideológica religiosa dejó ver su demagogia y se tornó contradicción. La Iglesia tuvo que flexibilizar su constricción para postergar sus dominios un poco más en el tiempo. Oculta la Inquisición, bajó la exigencia a los devotos y perdonó lo imperdonable; hasta el Papa absuelve a su convicto.

Se hizo necesario entonces desmontar la decadencia. Nació otro orden internacional equivalente, no menos subliminal, pero más efectivo en su ansiedad y en su contexto.

Otra vez recurren a la simplificación, reordenan la internacional económica para reducir las complicaciones a objeto de imperiar más efectivamente. Tornar más manipulable el planeta. Inauguran no un nuevo mundo, sino uno equivalente a él. Los medios de comunicación ya no entran a la sociedad, sino que la sociedad ahora la conduce la televisión. La mercancía suple a la hostia, la misa se televisa, las universidades se vuelven conventos y seminarios. El Fondo Monetario Internacional, Vaticano de la economía, nos dice entre líneas: "Soy el camino, la verdad y la vida" y publica sus credos, ora su homilía y ordena sus recetas. La plaza de San Pedro es desplazada en importancia por la bolsa de New York.

Los centros comerciales y supermercados se transforman en nuevas iglesias, con sus vitrinas llenas de los íconos de moda. El Papa también funda su banco "hambrosiano" (sic) y próximamente los telecajeros y bazares abrirán sus servicios en los viejos templos. La devoción va al encuentro del dinero, cada feligrés tiene su precio y lo económico es el mayor deseo que se le pide a Dios.

La cristiandad se confabula aún más con la gerencia occidental. Entonces bajan a Dios y suben al dinero en el altar de los cajeros, en las nuevas y majestuosas catedrales de los bancos. La verdad de la ciencia y su aparente neutralidad pasó a estar sujeta a los criterios de las asociaciones multilaterales de inversores. Las iglesias se vaciaron y se llenaron los bancos. Los dioses y santos nacionales perdieron poder y dieron ingreso a las nuevas corporaciones internacionales. Por el cuarto de atrás del imperio dan puerta franca al reordenamiento, ahora en definitiva globalizado. Con Visa y Mastercard cargan el container de los mismos dioses e íconos restaurados, a los que ya les habían obstruido su contundencia. Manufacturaron la muerte en vez de la larga vida promocionada en la "Revolución" Industrial. Publicitaron las panaceas que palian y retienen la agonía y se quedaron con los hallazgos de las investigaciones médicas que curan definitivamente, porque genera más ganancia la enfermedad que la salud. Alcanzaron mayores dividendos, hicieron perder a los países fuera de la cerca hasta el monopolio de plusvalizar la desigualdad social.

Con el mismo código, las castas que administran los países a distancia, a través de los cónclaves políticos especializados en la servidumbre y en el beso en la mejilla a sus pueblos, han apostolado una nueva inquisición: un sistema judicial sujeto a la oferta y la demanda y al servicio de las corporaciones, independientemente de la verdad y la justicia.

Nada ha sido tan sol sobre la tierra. Volvieron las provincias sucursales de su mundo virtual. Escanearon la tierra, a la gente y gozaron su sudor. Al parecer, no continúa la Semana Santa, sino los siglos santos. Desde la monarquía absoluta, el régimen colonial, hasta el Estado supranacional y biotecnopolicial.

Se homogeniza y masifica la manera de vestir, la música, el arte, el lenguaje y la ignorancia. Operan la memoria y la cosen con olvido. Se fragmentan los sentidos. Lo cognitivo define quién está enfermo y el camino del éxito lo pavimenta el sueño americano.

El invento del arado alargó sus dientes tras los siglos y vació los bolsillos de la gente. Apareció la teología neoliberal y la fe en lo global.

Acosaron a los nuevos herejes con un solo policía del mundo, una sola moneda, un solo lenguaje, un solo Dios, una sola fe, un mundo único, una única cultura, un orden global. Promovieron la democracia y no sometieron la globalización al presagio universal.

En efecto, cayeron las torres de New York. Transmitieron su dramatismo, mas no su causalidad. No obstante, la avalancha visual no ha podido ocultar la continuación más prominente e inevitable, su debacle. En el trasfondo, aceleraban los cimientos de la anhelada torre de Babel de la globalización, con su carácter unitario, su acaparamiento planetario, su pronta urbanización del cielo y el contraterrorismo. Rehabilitan así la escena con diferentes actores, pero con el mismo capital y la misma máquina de hacer dinero.

Están yendo más allá, se han apropiado de la biotecnología, acuñando la ingeniería genética para controlar la verdad del pasado, para dejarnos solos en el aquí y el ahora. Patentando la vida y sus recursos, predicando el control de los sistemas alimentarios en cada rincón del hambre. Transformando la cultura en vitrina, usurpando la biodiversidad para la fortaleza del nuevo Dios y su imperio, con sus parientes lejanos: las monedas de los países pobres del último mundo.

Cada intersticio va siendo violado, hurtado y revendido. De ahí que la industria corporativa farmacéutica y agrícola ya ha sustraído el valor potencial de la sabiduría popular, colocándole el sello de propiedad privada. Los pénsums de los sistemas educativos ya han sido correlacionados con la demanda de producción. Han elevado irracionalmente el ya alto costo de la vida y ahora suman el de la muerte, privatizado los cementerios, puesto precio a los ojos, a las manos, al latido. La libertad ya tiene poco consumo y los ideales ya no están de moda, siendo más libre el capital que se pasea sin pasaporte alguno. En cualquier país soberano, entra y sale sin pedir permiso a nadie, volviendo ilegales a los humanos cuando no portan requisitos tan viejos como la Biblia, incluso hasta en su propio país. El planeta, un gran banco de dinero; la humanidad, una propiedad privada a la intemperie del mejor postor.

Dan a entender en sus cumbres que al fin consiguieron la llave exacta que da acceso a la propiedad del planeta y al enfriamiento del corazón.

Hace poco tiempo, la Unesco convocó también, para no quedarse atrás, a debatir sobre la ética, ya no de cada individuo, sino de la ética universal. Quizás, buscando la posibilidad de instituir un "consenso" acomodado de principios, éticamente impuestos, para que la inquisición global de la nueva ONU tenga su Biblia con la cual regir la sentencia de los países descarriados de la globalización. Esto, puesto que el tribunal de la Haya ya asume la condena de los individuos en cualquier rincón polvoriento del planeta. La dualidad continúa, la oposición entre el bien y el mal tiene su gendarme.

Nos recuerdan el pánico primario, nos unifican en el miedo y se legisla la imposición en el ámbito universal.

La mayor parte de los intelectuales del planeta, tal como ayer Píndaro, se dio cuenta de esta mina financiera y se incorporó a la fiesta de la fama, al narciso de los medios de comunicación, a la trascendencia urgente que anhelan los frustrados como si fueran un mercado más. Vendieron su alma al nuevo diablo, poniendo precio en oferta a su dignidad, en el hipermercado de los sentimientos.

Lo que es dudable que no sepan es que antes ya habían sido formados como mercancía que se traiciona a sí misma y atenta contra la calidad de la verdad social. Allí las universidades (¿autónomas?), como pequeñas sucursales del endiosamiento imperial, los amamantaron con antiética. Igual, el nuevo Dios los colocó en la taquilla de los bancos, cobrando lo que vendieron.

También es difícil ignorar que ingresaron al staff de mercenarios de la palabra y de la imagen, que se enriquecieron con las caricaturas de la miseria, con la pantalla amarilla del dolor, ofrendándolos vivos al mecenas del capital y se ven posar, con el diploma de la inmortalidad, con el reconocimiento de las corporaciones, el estímulo de los privilegiados y las fotografías en las páginas sociales. Se dan golpes en el pecho como si inconscientemente se sintieran solos en la cima, diciéndose: "por mi culpa, por mi grandísima culpa". Continúan así la virtud de Píndaro, cantando a los asesinatos en el circo, a Ezra Pound de la mano con los nazis, a Octavio Paz arrepentido en su agonía, a Vargas Llosa verborreando su fracaso político y nuestra caterva nacional adulando y rezando por su gloria.

Al parecer, en este siglo cambalache, asistimos al inicio de la mayor decadencia del espíritu y la más alta carencia de lo esencial.

El combate entre la biodiversidad y el arbitrario intento de globalizar una manera de consumir y ser consumido acelera su marcha donde, para ellos, en la unión está la oferta. Pero el poder absoluto entraña en sí mismo su propia decadencia. Por ello, siempre necesitará con urgencia precipitar un enemigo para postergar sus escombros.

Quizás, por tal razón, la consigna "libertad, igualdad y fraternidad" vuelve a fantasmear como una extraña necesidad del poder omnímodo. Viejos conceptos de la emancipación se reacomodan sospechosamente en la génesis del nuevo milenio. Parecieran ser parte de los renovados neologismos de la humanidad y de la reiterada esperanza que se espera, que se explota y se posterga. El insomnio del imperio define su deseo destinado a violentar y apurar el ocaso de los dioses y sus respectivas religiones. Unos por la pureza, otros por enlatar el mundo. Nada es al azar. La aparente confusión de términos es cuestión de ignorancia. Así lo expresó George W. Bush, entonces presidente de los Estados Unidos, en sus decisiones, donde pareciera apropiarse también de la ley del islam, que en alguna parte del Corán reza: "La recompensa de quienes combatan a Dios y a su enviado consistirá en ser matados o crucificados... o expulsados de la tierra que habitan". ¿Afganistán? Incluso recalcó Bush: "Quien no está con nosotros está contra nosotros". Cristo, el inmortal, lo dijo mejor: "Quien cree en mí, vivirá".

No sé quién o qué ciencia nos operará luego, como humanidad, este dolor del alma. Y nosotros aquí, en este rincón malversado del planeta, parte ellos, parte nosotros, atiborrados de conceptos inanimadamente impresos y vendados con cultura ajena, intentando levantarnos de la penitencia, de la oración 2005 años después. Y todavía pretenden que sea fácil y sin contrarios. Verdad de Dios.

Oniria. Semana Santa.

 

Carlos Angulo


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