Letra fría | Los 80. Parte IX

04/08/2023.- Ya en el pianobar, con los poetas, de pronto entró una mujer despampanante que nos impresionó a todos por su altura, el vestido rojo cortico, la cabellera larga y rubia, los labios rojos, toda maquillada artísticamente. En realidad, era una diosa de la noche que se sentó en una mesa sola, como quien espera a un chulo o a un enamorado.

Inmediatamente, alguno del grupo la describió en una línea y, cual si fuera un cadáver exquisito (léase poema colectivo que usaban los surrealistas), el papel fue pasando de mano en mano. Cada uno fue agregando su verso y, a la hora del recite, fui designado para librar la faena. Tomé micrófono y le pedí al pianista que tocara algo instrumental y se lanzó nada más y nada menos que con Para Elisa del viejo Ludwig van Beethoven. Impresionado por tan divina selección del músico, terminé como pude la lectura y, sin ver si la muchacha se mostró agradecida, coqueta o indiferente, me puse a interpelar al pianista. Al preguntarle dónde había aprendido el tema, me enteré de que había ido al conservatorio. En tono de joda, pero muy en serio, le pregunté: "¿Cuánto vales tú?". "¿Cómo?". "Sí, ¿que cuánto vales tú? Porque te voy a comprar... ¡lo que me coma y me beba!". Y aclaré que bebía coñac… "Dale, que no vienen carros". "¿Conoces clubes u hoteles con piano? Porque vas a pasar la noche tocando los clásicos y tomando coñac con nosotros"… Llamé a Álvaro y le dije: "Somos los flamantes propietarios de este pianista" y le conté nuestro plan nocturno. Alvarito aceptó gustoso y nos dispusimos a disfrutar de la noche de ronda que se nos apareció relancinamente.

Con los primeros rayos del sol, nos pidió que fuéramos a su casa para cambiarse y reportarse con su mujer. La vaina quedaba en un arrabal con playa, plagada de restos de maderos, algunos pescados muertos y mucho descuido, pero, nada, ya estábamos allí. La señora, sin entender mucho lo de la compra de su marido, preparó un rico desayuno mientras el otro se bañaba. Nos dispusimos a ir a la plenaria del homenaje a Neruda, pero antes quise tener un gesto con la señora y le regalé $20. Los agarró, los besó, se persignó y sin que le quedara nada por dentro, casi llorando, pero con risa, desde el fondo de su alma dijo: "Si quiere, se lo lleva para Venezuela"… Ja, ja, ja.

Eso fue la noche anterior al acto final del evento, en el auditorio del Banco Central. Al llegar, Álvaro le coloca en el pecho su credencial para poder pasarlo frente a los vigilantes. Entonces llegamos muy orondos a presentarle nuestro pianista a los amigos. Al comenzar el acto solemne, el gran Eduardo Galeano procedió a la lectura del documento cargado de resoluciones revolucionarias, un tanto panfletarias para mi gusto, pero preñadas de buenas intenciones, y me dije: "¡Trágame, tierra!".

Se oyó de pronto un ronquido sepulcral, seguido de otros más espantosos todavía... Era nuestro pianista en el lado izquierdo de la pomposa sala, dormido en una butaca, con los pies estirados y cruzados sobre el espaldar del mueble diagonal delantero, ¡con la chapa de "Álvaro Montero, Venezuela" en el lado derecho del pecho! Ja, ja, ja.

 

Humberto Márquez


Noticias Relacionadas