Punto y seguimos | A las bombas atómicas, ni un tantito así

Prohibido olvidar

08/08/2023.- Este 2023 se conmemoran 78 años de los lanzamientos de las bombas atómicas en las ciudades japonesas de Hiroshima (06/08) y Nagasaki (10/08) por parte de los Estados Unidos. Era 1945 y la Segunda Guerra Mundial estaba prácticamente finalizada; sin embargo, los estadounidenses utilizaron dos veces el arma más mortífera creada por el hombre sobre poblaciones civiles distintas de Japón. Su rendición no se había hecho de forma oficial y Harry S. Truman, el presidente de turno, autorizó no solo el primer lanzamiento —con saldo de 140 000 víctimas—, sino que cuatro días después decidió arrojar una segunda bomba. La justificación fue su manido y eterno argumento: "La usamos para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes estadounidenses".

La hipocresía de las declaraciones ofrecidas en los días posteriores a la bomba en Nagasaki es legendaria. Los Estados Unidos utilizaron la excusa del ataque japonés a la base de Pearl Harbor para robarse el protagonismo de un conflicto en el que no aportaron ni el grueso de las víctimas ni el territorio ni el sacrificio de su economía; todo lo contrario. Su motivación era minimizar el factor soviético y para ello decidieron "cerrar" una guerra ya finalizada, con un show de poderío militar que debería recordarse como una de las más crueles demostraciones de poder del siglo XX. Truman —y así continuaría la política estadounidense de la posguerra— hizo todo —y más— de lo necesario para enviar un mensaje a la Unión Soviética. Académicos que apoyan esta tesis califican las bombas atómicas no como el fin de la Segunda Guerra Mundial, sino como la primera acción de la Guerra Fría. (Hasegawa, 2015).

Las razones políticas no deberían sorprendernos —y menos en el marco de escenarios bélicos donde se reconfiguran los poderes mundiales—, pero, aun así, que a casi ochenta años de aquel baño de fuego y sangre que mató en horas a miles de personas —las estimaciones van desde las 180 000 hasta las 214 000 en ambas ciudades— y causó daños permanentes por años debido a la radiactividad, no se recuerde como un crimen de guerra y una monstruosidad que no debe repetirse jamás es una ofensa a la humanidad. Resulta increíble, además, la posición de los gobiernos japoneses (ya alineados al bloque estadounidense), siempre tan poco punitiva contra los culpables. El discurso antinuclear de Japón —amparado en el hecho de ser las únicas víctimas de las armas nucleares— ha sido genérico hasta la complacencia. Incluso hoy, en los actos de conmemoración del crimen, se omite deliberadamente mencionar siquiera a los Estados Unidos de América, mientras que sí se advierte a Rusia de un posible uso de las mismas.

Después de Hiroshima y Nagasaki, mucho cambió en el mundo, pero otras cosas permanecen, en esencia, iguales: la actitud beligerante e imperialista de los EE. UU., la manipulación descarada de la opinión pública y la ya cansina costumbre de cometer atrocidades en nombre de nada, y salir aplaudidos. Quizá los gobiernos japoneses omitan quién les infligió tal herida, pero los pueblos recuerdan. Y más allá de las fronteras niponas, millones de personas decimos: "Nunca más", mientras mantenemos el ojo firme sobre todos los países con este armamento, pero muy especialmente sobre los únicos que se han atrevido a lanzarlo.

 

Mariel Carillo García


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