Palabra rota | Frío o caliente; tibio lo vomito, diría San Pablo

23/08/2023.- El avance de la derecha es una demostración más de que desde el gobierno no se llega a ninguna parte con solo atenerse a los buenos modales. Con un candidato de ultraderecha que se confiesa admirador de Trump, Argentina está a un paso de convertirse en el reemplazo latinoamericano del Brasil de Bolsonaro; con el agravante de que Milei se presenta como un verdadero brontosaurio deseoso de superar a la dupla Trump-Bolsonaro en su adoración por el neoliberalismo. 

Aunque toda situación política es más compleja de lo que parece a simple vista, es difícil no pensar que el resultado electoral de las primarias argentinas tiene mucho que ver con el estilo tibio y temeroso que Alberto Fernández le imprimió a su gobierno. El afán de no incomodar a nadie parece ser camino expedito al desastre electoral. ¿Hay acaso algo más sabio que aquello de “no soy monedita de oro pa caerle bien a todos” que nos enseñó el compositor mexicano Cuco Sánchez?

En Latinoamérica hemos visto una seguidilla de gobiernos de esos que se hacen llamar de izquierda, pero que no quieren problemas. Y si logran que no les ladre perro, según el dicho de Don Quijote, es al precio de la inmovilidad gubernamental o, peor aún, de un innegable giro a la derecha.

Alberto Fernández de Argentina y Gabriel Boric de Chile son ejemplos insignes de mandatarios que ascienden al poder impulsados por la aspiración popular, si no de revolución, al menos de reformas profundas. Pero la verdad es que no quieren enfrentar a los dueños del circo. Si fuese necesario enemistarse con alguien, que no sea con el que pone el ritmo en la fiesta.

Un ejemplo difícil de pasar por alto es el silencio de Alberto Fernández con relación al avión de Emtrasur, que con tanto descaro pretenden robarse. Robo, por cierto, promovido y apoyado por una parte del sistema judicial argentino, del cual lo menos que puede decirse es que está abiertamente politizado, aunque la palabra correcta sea corrompido. Que yo sepa, Alberto Fernández no ha dicho esta boca es mía, y ni hablar de fijar una posición clara y sin ambages con respecto a ese asunto.

Pero Fernández y Boric no son los únicos. Me ha parecido siempre que un caso extremo de monedismo de oro es el de Pepe Mujica. Y aquí supongo que más de uno se pondrá las manos en la cabeza, lo cual es comprensible; al fin y al cabo, meterse con los santos es siempre pecaminoso. Y, sin embargo, es cuesta arriba no concluir que hay que ser muy inofensivo para que los mismos capitales que financiaron en su momento a la dictadura que torturó a Mujica financien, en los tiempos que corren, una verdadera hagiografía del Pepe para ser transmitida por ese templo de la (in)cultura contemporánea llamado Netflix. Ser presidente de la república y no renunciar al modesto Volkswagen en el que aún se desplaza es sin duda un encomiable acto de franciscanismo, pero no es un acto político de trascendencia que apunte a los cambios profundos que Latinoamérica y el mundo requieren cada día con más urgencia.

Qué terrible derrota para un hombre de izquierda: terminar siendo el modelo de dirigente que la derecha puede digerir sin ningún sobresalto estomacal.

Los gobiernos de izquierda no la tienen fácil a la hora de adelantar un programa de gobierno. Venezuela, por ejemplo, propuso, entre otras cosas, un proyecto de integración latinoamericana, la diversificación de los mercados petroleros y una distribución más justa de los ingresos nacionales. Por todo ello estamos pagando el altísimo precio de las sanciones. Si se pudiera retroceder la historia, seguramente muchas cosas se harían de otra manera y se corregirían errores, pero de hacer las cosas de otro modo a no hacer nada hay un largo trecho de aspiraciones populares traicionadas.

Cósimo Mandrillo


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