Juan Gabriel, como en una ranchera

Se impuso por su privilegiada voz y por su extraordinario dominio de la escena

Juan Gabriel, fue su segundo nombre artístico.

 

29/08/23.- Su vida tuvo mucho de película o de novela mexicana. Tal vez, incluso, de ranchera. Una mezcla picante de pobreza, de locura paterna, de desamparo infantil, de cambios de nombre, de esfuerzos iniciales fallidos, seguidos del más apoteósico y prolongado de los éxitos. Y, como corolario, una despedida inesperada, unos funerales históricos y el surgimiento de la leyenda urbana de una vida que continúa en el anonimato.

Y si de anonimato se habla, este podría haber sido el caso del relato de la trayectoria vital de Alberto Aguilera Valadez, un humilde niño michoacano, décimo y último hijo de una familia campesina que experimentó un definitivo desvío: Gabriel, el padre, de la extensa prole "se fundió" mentalmente y terminó recluido en un sanatorio, mientras la madre, Victoria, buscaba la manera de sobrevivir con tanta responsabilidad.

Alberto, que había nacido el 7 de enero de 1950, pasó buena parte de su infancia en un internado para niños en situación de riesgo en Juárez. Tuvo, sin embargo, la suerte de recibir la atención de Juan Contreras, quien fue su profesor en dos áreas disímiles: la metalurgia y la música.

Tempranamente emergió el descomunal talento del muchacho que se hizo sentir en concursos y ferias. Vino allí el primer cambio de nombre: Alberto se hizo llamar Adán Luna y empezó a cantar en diversos lugares de México, con moderado éxito.

El gran salto estaba por venir y se concretó con un segundo nombre artístico, que terminó siendo su identidad universal: Juan Gabriel, un homenaje a su mentor hojalatero y a su padre demente.

Fue como el reventón de un pozo inagotable. Desde aquellos días en los que el joven cantante pegó su composición No tengo dinero, hasta 2016, cuando murió, no hizo más que acumular triunfos y marcas de discos vendidos, de semanas en la lista de los temas más escuchados, de miles de asistentes a sus conciertos y de toneladas de chismes generados.

 

El Divo de Juárez rompió paradigmas en los escenarios mexicanos.



Juan Gabriel se impuso por su privilegiada voz; por sus atributos de compositor; por su extraordinario dominio de la escena y por su contundente personalidad dentro y fuera del campo del espectáculo.

En un mundo muy diferente al actual en lo que toca al respeto de la diversidad sexual, él fue un audaz pionero en la exposición pública del amaneramiento, un logro gigantesco si se considera que era oriundo de un país de meros machos, al menos en apariencia.

Juan Gabriel demolió ese paradigma y se convirtió en un emblema para la comunidad gay, aunque él, más allá de sus ademanes afeminados, nunca fue un promotor directo de la homosexualidad. En los años 70 y 80 hacía falta verdadero coraje para mostrar con naturalidad esa manera de comportarse.

No es de extrañar que también haya sido objeto de burlas e insultos. En los programas cómicos se convirtió en un personaje para la parodia y aún hoy sigue protagonizando memes homofóbicos.

No fueron pocos los cantantes de tasca o festejo que se esforzaron por montar espectáculos de "el doble de Juan Gabriel", en los que aparte de tratar (inútilmente) de alcanzar sus registros vocales, bailaban y sobreactuaban como "el Divo de Juárez".

Sus biógrafos no ahorran palabras para explicar la enorme magnitud de esta estrella de la música popular latinoamericana. Como si fuese un sobresaliente deportista, los números hablan de su grandeza: vendió 150 millones de discos en todo el mundo, lo que lo ubica como uno de los grandes en la historia de la industria en la etapa en la que se pasó de los acetatos y casetes a los CD. Por otro lado, se afirma que dejó más de 1.800 piezas, lo que lo convierte en uno de los más prolíficos compositores de todos los tiempos y el mayor en castellano. Se estima que unos 1.500 cantantes y grupos han interpretado ese vasto repertorio.

Esos números astronómicos marcaron su carrera desde aquellos primeros tiempos y fueron consolidándose año tras año. El álbum Recuerdos II, de 1984, tuvo ventas de más de 8 millones de copias, y uno de sus temas, Querida, estuvo más de 18 meses en los primeros lugares de popularidad, tanto en México como en el resto de América Latina.

 

Sus conciertos siempre fueron a casa llena.

También tiene estadísticas de campeón en materia de asistencia a sus conciertos. En 1993 llenó el estadio Rose Bowl de Pasadena con 75 mil asistentes. Lo mismo hizo en otros gigantescos cosos, como Hollywood Bowl, Orange Bowl, Florida Park de Madrid, la Plaza México, el Estadio Azteca y el Zócalo Capitalino, donde lo vieron 350 mil personas en 2000. En 2004, plenó la Plaza de la Constitución con un concierto de cinco horas.

Estas cifras fabulosas se tradujeron también en dinero. Entró a la lista de artistas mejor pagados del mundo que elabora la revista de negocios Forbes. Para el año de su muerte, 2016, Pollstar lo catalogó como el cantante latinoamericano más cotizado del mundo y el sexto en la lista a nivel mundial, con un ingreso promedio de más de 900 mil dólares por concierto. Una feliz ironía para alguien que comenzó su ruta de éxito cantando el tema No tengo dinero.

Más allá de los guarismos, Juan Gabriel dejó otra importante marca: metió la música popular en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México, un espacio que había estado reservado a la ópera y la “alta cultura”, lo que significaba la exclusión de la música popular. Allí se presentó tres veces. En 1990 con el acompañamiento de la Orquesta Sinfónica Nacional de México, para horror de los puristas y de ciertos medios de comunicación. Volvió en 1997, en la celebración de sus 25 años de carrera. Y en 2013, con motivo de sus cuatro décadas de vida artística.

En 2016, Bellas Artes fue también el lugar donde se concentró la gente para sus funerales. Se estima que 700 mil personas pasaron por allí a despedirlo, en una ceremonia que fue vista por más de 11 millones de televidentes.

La leyenda urbana

Tal como ha pasado con otras celebridades (Elvis Presley, Marilyn Monroe, Kurt Cobain, Michael Jackson y la princesa Diana), sobre Juan Gabriel ha corrido una leyenda urbana que pone en duda su fallecimiento.

Se dice que su muerte fue un montaje, una maniobra para que él pueda vivir un tiempo libre de fama.

El principal impulsor de esta teoría es Joaquín Muñoz, exagente y amigo del cantante. Apoya su historia en que el deceso estuvo rodeado de circunstancias dudosas. 

La versión oficial indica que Juan Gabriel sufrió un infarto, el 28 de agosto de 2016, días después de una presentación en Los Ángeles, California. Se supone que, antes de los fastuosos funerales en Ciudad de México y Ciudad Juárez, fue cremado en Anaheim, por decisión de los cinco hijos del artista (uno biológico y cuatro adoptados).

Varios personajes de la farándula mexicana han alentado esta leyenda. Entre ellos estuvo Ricardo González, el payaso “Cepillín” (fallecido en 2021), así como músicos y conocidos periodistas y presentadores de programas de espectáculos.

Según allegados, ya Juan Gabriel estaba harto de la gente y considerando la posibilidad de hacerse una cirugía de rostro e irse a algún lugar recóndito. No sería, en tal caso, el primer cambio de identidad del desconocido Alberto Aguilera Valadez, aunque ¿cómo podría asumir otra personalidad sin terminar “pareciéndose tanto” a Juan Gabriel?

 

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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