Palabras... | Fugata en son de verte
31/08/2023.- Rasgando precauciones, alguien tendrá que esperarme, según tengo entendido.
La casa abierta, como una costumbre, para cualquier necesidad y alguna que otra soledad bienvenida.
Siempre volvemos al final de los días y hoy pareciera que nada ha cambiado, aunque todo puede dejar de ser igual, si así amorosamente lo acordamos.
Es inevitable la imaginación de desear volver a los lugares donde hemos amado bien y recíprocamente nos han amado igual. Eso sugiere este instante en que abro con la llama de un fósforo la luz de una vela. Y seguidamente, bajo mi faz, muy en silencio y lentamente lento, el anonimato, furtivo, como si viniera de un banco.
Apenas se oye, luego de abrir la puerta que da a la sala de estar, el vaho del aire libre que respiro, y casi inaudible el movimiento con que trazo colocar el protocolo sobre la mesa y el gel en las manos.
Prosigo hacia otra luz de vela, desde donde sobresale casi una danza inanimada de sombras; parte sobre el piso de mosaico y el resto, doblado como una carta, a la altura de una media pared. Es el cuarto que da al crepúsculo cuando es de tarde.
Avanzo con ternura hacia la insinuación y la avisto. Ella, de pie, mirándose leve en el espejo de cuerpo entero. Devolviéndose en el espejismo hacia mí, por los caminos del reflejo, develándome el acierto y la promesa, mientras me acerco cada vez más a la espera de mi aproximación.
Sensualmente, abrazo con mis manos la tibieza de su cuello, sobresalgo los cerrojos de seda tras las espaldas de sus tímpanos. Y, poco a poco, casi sin nada, nada de prisa, voy aflojando, pausadamente, como destensando, los hilos que sostienen la seguridad de la respiración, las escoltas de su audición. Decidido y preciso, continúo removiendo los cautelares ajenos a sus ocultos laberintos, y ya se siente y divisa el brote diseminado de los íntimos pezones de su piel. Al detalle y a lo máximo, si acaso, se oye un viento que pasa de canto sobre los tejales, compuesto quizás de un poco de nube y de lluvia y complicidad.
Cada vez, distiendo más los soportes, rozando los sostenes blancos, por el lado del cielo de sus laberintos. Quedamente, van cayendo y voy desnudando, milimétricamente, casi tenue, a lo mínimo que alcanza la cadencia, la ropa interior quirúrgica de sus labios, el curso erótico de los pliegues que circundan el borde de su boca.
Giramos los cuerpos, al unísono cristal de un mismo sentimiento, y quedamos desarrostrados, como somos desde el origen, cara a cara desvestidos. Mirada a mirándonos como venimos al mundo. Abrigados de soportable calidez y al fin en hora buena.
Luego de tantos días y meses vacíos, ocultos en la ausencia y en el miedo, percibo en usted que es usted todavía. Y no hago otro ademán que deslastrarme y la beso a cualquier precio y al riesgo de cualquier muerte.
Carlos Angulo