Letra veguera | Chávez: la hora del libro
Una revolución que se lee a sí misma para mirar al futuro
Existen textos que poseen la inusitada capacidad de poder demarcar la construcción del tejido histórico. Hay otros papeles que, por su parte, generan un incisivo sentido de la actualidad, desde su capacidad propositiva y en su calidad de denuncia, haciendo gala de su poderoso carácter documental. Pero también están aquellos postulados que, auscultados desde su eclosión, poseen una oportuna nitidez para el instante, dotados de la propiedad de trascender este mismo, colocándose en la perspectiva privilegiada que interpreta la curva del devenir.
Leer la realidad de los procesos sociales que vive la América del Sur —desde su nacimiento en las trincheras populares durante las décadas de los ochenta y los noventa hasta las subsecuentes victorias electorales de inicio de este siglo— tiene no solo un efecto revelador a la luz de los postulados teóricos que los iluminaron y siguieron de cerca, sino también un poderoso efecto-látigo al hacer de estos últimos profecías autocumplidas al calor de las nacientes luchas que en el hasta ahora conocido mundo desarrollado se libran en las calles de Madrid, París, Roma, Manhattan, Dublín o Atenas. Si quienes vivieron el 27-F y el 4-F, en la Venezuela de los ochenta, intuyeron en las tesis de muchos autores unas líneas de comprensión y revulsión a las dinámicas que ya instituían las tramas del imperio.
Quienes leemos con interés el movimiento Indignado —que no solo ha recorrido las calles de Europa, sino que se debate y se profundiza en las redes sociales— no dejamos de pensar en los axiomas marxianos que no cesan de apuntar en la determinación inapelable de los procesos sociales e históricos, que son uno solo, y que tienen también destino y propósito único: la Revolución.
En muchos países suramericanos han sucedido en los últimos años movimientos proletarios e indígenas, cambios de gobierno que no repiten la fisiología del recambio interno de las elites dominantes o del golpe autoritario e imperialista que, por el contrario, establecen una relación abierta, productiva, con nuevas composiciones sociales y políticas de las clases subalternas. Ello hace de este tiempo histórico un momento especialmente propicio para pensar la política sobre la base de nuevas configuraciones conceptuales. Como sostienen Negri y Cocco, en su libro Global, vivimos un interregno histórico —que se caracteriza por la crisis del poder soberano—, un interregno como lo fue aquel que caracterizó el paso del Medioevo a la modernidad, y que exige en tanto instancia de transición mantener abierta cada síntesis, conceptual o material, y desembarazarse de todo dogmatismo, aun cuando este se presente como revolucionario.
Es allí donde aparece con fuerza la figura de Hugo Chávez y su propuesta de la Revolución Socialista Bolivariana. Y no solo Chávez como líder y protagonista de procesos sociales de cambio, sino como lector e intérprete de los mismos. Varias veces —siendo él mismo catalizador de muchas de las tesis— jugaba el rol de anticipación a varios de los textos, que se evidenciaba en un magistral ejercicio de articulación y síntesis, como nos lo presenta Nelson Montiel Acosta en su libro Las lecturas de Chávez.
El latinoamericanismo, la categoría pueblo-sujeto histórico, el poder comunal, el buen vivir frente al estado de bienestar son propuestas que el socialismo bolivariano interpretó en sus fuentes primarias y revisitó en la lectura incesante de Hugo Chávez. Entonces, Enrique Dussel, István Mészáros y García Linera no se nos hacen ajenos al trasluz de la experiencia socialista venezolana. Más aún, Marx, Lenin, Zapata, Sandino, Martí y, sobre todo, Bolívar y Simón Rodríguez reaparecen con un nuevo brillo en una revolución que se lee a sí misma para mirar al futuro.
Es la hora de releernos.
Federico Ruiz Tirado