Mundo alerta | Lídice y sus dos héroes ignorados por la historia

Después de los seis millones de judíos asesinados en Europa, el mundo proclamó que Hitler no tenía corazón. La historia demostró lo contrario. Sí lo tenía, aunque no lo cargaba encima. Su “corazón de hierro” –así lo bautizó el creador del Holocausto- se llamaba Reinhard Heydrich y dejó de “latir” el 27 de mayo de 1943, cuando el Mercedes Benz descapotado en el que viajaba del Castillo al aeropuerto fue sacudido por una explosión provocada. En cuestión de segundos, las estrellas y distinciones que llevaba en el pecho fueron convertidas en esquirlas de granada (las últimas tres condecoraciones se las impuso Hitler sobre su féretro: Orden de la Sangre, Medalla de herido (en oro) y Cruz al Mérito de Guerra).

“Corazón de hierro” tenía virtudes menos metálicas: experiencia en estrategia, investigador eficiente; despiadado y sanguinario como su jefe; era su sombra, su mano derecha, su protector político y personal; le corría el nazismo por las venas, lo vivía y sentía vocacionalmente. Había presidido la Organización Internacional de Policía Criminal, que dio nacimiento a la Interpol y fue jefe de la Gestapo en 1933. Dirigía la Oficina Central de Seguridad del Reich y era uno de los principales organizadores de la represión en la Europa ocupada pero, a diferencia del Führer, trató de combinar la violencia homicida con decretos económicos a favor del pueblo, especialmente hacia quienes permanecieran ajenos a la conspiración, aunque no le sirvió de mucho. La población siguió odiándolos a ambos, aunque con una leve y silenciosa simpatía hacia Heydrich, quien en los corrillos militares y civiles ya empezaba a sonar como probable sucesor del líder de Holocausto. Eso lo puso en la mira de la resistencia.

Muere Heydrich, nace Lídice

El atentado contra Reinhard, gobernante Protector de las regiones de Bohemia y Moravia, enfureció al líder del Holocausto de tal manera que desoyó a los oficiales que le recomendaron una venganza gradual y menos violenta. Pero su furia concentrada en la venganza era incontenible. Rompió todos los límites, según un recuento elaborado por Radio Praga: ordenó destruir hasta sus cimientos el pueblo de Lídice, un suburbio asentado a 25 kilómetros de la región de Bohemia, capital de la República Checa, precisamente administrada por Heindrich, donde presuntamente se ocultaban los autores del atentado. Antes de ser invadido militarmente y convertirlo en cenizas, Lídice albergaba a 503 habitantes. Los nazis arrasaron más de 100 edificios, incluida la iglesia local. Ese día desaparecieron todos sus habitantes. Los hombres, incluidos adolescentes y ancianos, fueron fusilados directamente en el pueblo, las mujeres y los niños terminaron en campos de concentración y a algunos menores se los llevaron a Alemania para ser reeducados (arianizados). En total, 192 hombres, 60 mujeres y 88 niños murieron durante la venganza hitleriana. Menos de una docena de sus habitantes salvaron sus vidas porque estaban fuera del pueblo.

Por encima de sus muertos Lídice revivió internacionalmente. Tiene presencia real o simbólica en Venezuela, Chile, Colombia, México, Ecuador, Uruguay, Panamá y otros países. En 1943 el presidente Isaías Medina Angarita fundó en Caracas la Urbanización Obrera Municipal Lídice. En el Estado de Zulia, en la Población de Bachaquero, la empresa Shell de Venezuela (subsidiaria de la empresa Anglo - Neerlandesa Shell), construyó un campamento para los trabajadores petroleros y le dio el nombre de Campo Lídice. En numerosos países, Caracas incluida, millares de niñas fueron bautizadas con ese nombre.

Los protagonismos ignorados

Nadie conoce el nombre de los mártires adultos y niños de Lídice porque las casas, edificios públicos y archivos oficiales quedaron destruidos junto con sus habitantes. Curiosamente los únicos nombres conocidos son los de los dos muchachos que dieron muerte al hombre de confianza de Hitler, pero extrañamente la historia los ha desconocido, no obstante haber arriesgado sus vidas en la peligrosa misión y demostrar valentía hasta el último minuto de sus vidas: Jan Kubis y Josef Gabcik, agentes de inteligencia entrenados por la Real Fuerza Aérea (Royal Air Force, RAF por sus siglas en inglés) de Gran Bretaña, quienes se infiltraron en el en el Protectorado de Bohemia y Moravia. Ambos eran checoslovacos y formaban parte de un gobierno de sus connacionales en el exilio en Londres. Su misión denominada Operación Antropoide había sido diseñada por la Dirección de Operaciones Especiales (Special Operations Executive) del Reino Unido. Kubis y Gabcik estuvieron ocultos durante tres semanas preparando los detalles del atentado. Después de la masacre de Lídice permanecieron escondidos, pero el Waffen (cuerpo de combate de élite de las SS y la Gestapo) los descubrió el 18 de junio de 1942 en la cripta de una iglesia. Durante varias horas ellos y otros dos compañeros resistieron el acoso de más de 700 funcionarios armados, que finalmente decidieron ordenar al Cuerpo de Bomberos de Praga inundar el piso subterráneo para obligarlos a salir. El obispo Gorazd, sacerdote ortodoxo que los había protegido, fue detenido, torturado y ejecutado. Jan Kubis y Josef Gabcik se llevaron a la tumba el privilegio de arrebatarle a Hitler la intención de fusilarlos. Ambos se suicidaron. Al cumplirse 81 años de su hazaña, bien merecen al menos una plaquita en cualquier barrio del mundo, incluido el reconstruido barrio Lídice de Praga.

Raúl Pineda

 

 

 

 

 


Noticias Relacionadas