Punto y seguimos | ¿Los reyes hasta cuándo?

Las monarquías no deberían existir

Se murió doña Isabel II y las reacciones no se hicieron esperar. En la natal Gran Bretaña de la monarca, tenían preparado el operativo fúnebre y de transmisión de mando desde hace décadas: protocolos detallados, nada de correderas y desorden, como es natural en una sociedad que lleva varias centurias, acostumbrada a rendir pleitesía a un grupo de privilegiados que nacen, viven y mueren disfrutando de una acumulación de capital tan exagerada, que –si la gente no estuviera obnubilada por los cuentos de hadas antiguos o modernos– asquearía hasta las náuseas.

Cuando corre el año 2022, del siglo XXI después de Cristo, no deja una de asombrarse de la actitud cipaya y antirrepublicana de personas de todas partes del mundo, incluyendo las de naciones que sufrieron el despojo y humillación británicos no hace mucho tiempo en la historia. Por simple y pura dignidad, ningún ciudadano africano, americano, asiático u oceánico debería llorar a representante de casa real alguna, pero muy particularmente a nada más y nada menos que a la reina del Imperio británico, una de las monarquías más viles que han existido, cuyas hoy admiradas joyas y posesiones son, en su mayoría, fruto del expolio de varias generaciones de los “sangre azul” en los cinco continentes. Ninguno de sus diamantes está libre de sangre y es eso lo que la “gente común”, que hoy hace el ridículo publicando obituarios por una reina ajena, debería recordar.

Que los jefes de Estado y de Gobierno –no Juanito, tú no– expresen condolencias, es un acto de diplomacia, ya que la reina sí que mandaba y no era “un adorno” como algunos han sugerido por ahí, tratando de defender la indefendible calidad de la “democracia inglesa” y su sistema parlamentario de cohabitación con la monarquía. A los ciudadanos del Reino Unido, en menos de dos semanas, les pusieron nueva primera ministra y nuevo rey, sin que nadie emitiera ni una opinión, ni un voto, pero aún hay quienes aplauden eso y critican una democracia participativa donde sin voto no hay paraíso. ¿Se puede ser más arrastrado?, piensa uno, y la respuesta es sí. 

No conformes con adular a una sociedad que no conoce el sistema republicano y que se autorregodea en su condición de súbdita, las clases dominantes y los desclasados de países libres de monarquías, desde hace más de 200 años, han aprovechado la muerte de Isabel II para exponer sus más ocultos deseos monárquicos y sus más abyectos anhelos de, si no ser, al menos estar cerca de lo que consideran bello, elegante y admirable. Con solo ver las fotos, nos damos cuenta del daño que la endogamia de siglos le ha hecho al fenotipo de sus alabadas familias reales, o, dicho de otra manera, que hasta un ciego se da cuenta de que son una parranda de feos, y eso sin mencionar su fealdad interior, esa que viene de la creencia absoluta de sentirse mejores que el resto de la humanidad y con el derecho divino de hacer lo que haga falta para conservar el poder, la herencia y el legado de siglos de pillaje, guerra, racismo y negocios tan oscuros que ni aún con décadas de tramoya y esfuerzo mediático han podido lavar.

Se murió la reina de Inglaterra y lo que realmente hay que lamentar es que en nuestro continente y en nuestro país republicano, de sangre roja y no le gusta que la manden, haya gente lo suficientemente novelera como para consternarse porque se haya ido la señora aquella amante de los perros y de los vestidos de colores, y que los haya dejado sin saber si mandó a matar a la princesa de los corazones, Diana, o si desheredó a la esposa e hijos del nieto; o peor aún, que anden rescatando de los archivos las fotos de la difunta con Carlos Andrés Pérez, catalogando aquellos tiempos como “gloriosos”. ¡Aaah, mundo! Me imagino que la reina le pidió consejos a Blanca sobre cómo tomar el chocolate, que es típico de aquí, y ese tipo de cosas, porque entre gente con “distancia y categoría” se entienden. (Inserte aquí un emoticono de torcedura de ojos).

Se murió la reina de Inglaterra, pero la institución que representa demuestra que todavía manda e influye, a pesar del esfuerzo y la sangre de millones de personas a lo largo de la historia por evolucionar y hacer de este mundo un lugar más justo, en el que todos seamos socialmente iguales y sujetos de derecho. Las monarquías no deberían existir. Son símbolo de retraso y barbarie, curiosamente dos de los adjetivos que tanto usaron los reyes y reinas de los imperios para justificar las matanzas, los robos y las humillaciones a las que sometieron a tantos otros seres humanos, sin siquiera pedir disculpas por ello. Si van a llorar, que sea porque aún después de milenios se sigue gritando en alguna parte del mundo “Dios salve al rey”.

 

 

 

 

 


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