Psicosoma | Balanza psicoemocional

15/10/2024.- La poca educación acerca del cuerpo que habitamos, con clases de reproducción sexual, de gametos, órganos sexuales masculinos y femeninos, es tan aséptica que me costaba creer que yo era sexuada. Me consideraba un una angelita asexuada. Por otra parte, mejor sería no hablar del funcionamiento de las emociones y los sentimientos, del alma, el espíritu y la energía… En conclusión, seguimos siendo analfabetos emocionales, mientras los años se nos van "en busca de un tiempo perdido".

Eso que llamamos vida está marcado por el tiempo cronométrico, un tiempo y espacio ocupados que se pierden al morir. La rueda sigue girando, moliendo culpas y pensamientos, y quizás nos recuerden por un tiempo, pero no más. Vivir es una elección, como el amar con todas las auroras boreales y huracanes que se presenten. Es un teatro puesto en escena y tiene algo de personajes como Charles Chaplin y algo de las películas y series como Black Mirror y Matrix, historias repotenciadas con escuálidos argumentos de la visión occidental.

Estamos definidos por un tiempo lineal, desde un inicio en el nacimiento hasta la fecha de vencimiento, es decir, cuando se muere de vejez, porque el mundo del marketing planifica el final de la vida por medio de técnicas de apoyo al "buen morir", con leyes que apoyan el suicidio inducido; pero hay una realidad: el aumento de los suicidios poscovid. Muchos adolescentes y adultos jóvenes son clientes fijos ante la avalancha de ansiedad, miedo y depresión; son llevados a la clínica de salud mental porque no pueden controlar sus crisis de angustia y temores. Dicen vivir al día, con expresiones como "yo no sé mañana", o incluso se aplican a sí mismos los doce pasos de Alcohólicos Anónimos y les funcionan con la disciplina del "hoy no bebo"… Por cierto, recuerdo a un amigo poeta que decía: "Hoy estoy vivo y bebo".

Da buenos resultados el famoso "sentido de la vida", como conocer la filosofía agnóstica, epicúrea o estoica, el carpe diem, el "vive y deja vivir", el "vive de tus padres hasta…". Quizás todas las estrategias son importantes y cada ser trata de sobrevivir a su manera. Se adapta, se configura con una capacidad camaleónica. A muchos no les importa el tiempo, ni la historia, ni las ciencias humanísticas, y menos reflexionar: "Me duele la cabeza cuando pienso y prefiero apostar", "Yo no quiero responsabilidades y prefiero pagar a una señora que cuide a mi madre o la llevo al geriátrico", "No hay nada como la marihuana amarilla", "Tengo mis ahorros para pagar la universidad y voy a sacar mi título", "A mí me rinde el poliamor", "Me cansé de estudiar y ya no quiero vivir" o "A todo al que me apego, se muere".

Conozco a diversas personas que no les interesa gastar sus neuronas en reflexionar o ir a psicoterapias, y prefieren invertir en sus gustos. Incluso amigos profesionales se extrañan de que aún me guste la psicología. Trato siempre de escuchar y conversar y creo en que sí es posible reconstruir, rehacer el mundo psicoemocional, lograr equilibrar esa balanza en las diversas etapas del desarrollo de la personalidad. Es un proceso continuo, con muchos baches, caídas necesarias, regresiones, oscuridades, limbos, idas y vueltas, recaídas, casi un viaje del poeta Dante. Son necesarias esas "noches oscuras del alma". No hay un punto de llegada ni de perfección, es casi una utopía creerlo, y el caminar obliga a dejar equipajes; el desapego debe ser continuo, como el fluir de la vida. Muchas veces es mejor no hacer nada y permanecer en silencio contemplativo.

Algunas veces escuchamos voces y las fotos son recuerdos inspiradores, como mis abuelas, que me enseñaron a festejar la vida sagrada, el misterio, con rituales y ofrendas a la madre tierra, al Pachamama. Al ser la primogénita, me daban el honor de compartir el ritual del sangrado de las llamas, vestirlas de collares, orejeras y cintas de colores, y acompañar la danza del cóndor y los danzantes de tijeras…

Creo en el poder transformador del amor incondicional, de esa confianza primigenia, germinal, que nos nutre desde el vientre materno, en la crianza y la lactancia. En ese apoyo al dar los primeros pasos y sentir la alegría espontánea y las risas nerviosas del crío; los pasos inquietos y firmes que se apoyan al darles confianza. Creo en darles palmaditas que siempre los reaniman. Siempre estamos en cuerpo y alma.

Dando amor, crece la vida. Son crueles y estúpidos los malos tratos, la soberbia. Nos cuesta comprender que estamos de tránsito. Las miradas visionarias, las orientaciones y primeros apegos e independencias nos marcan.

Recuerdo esperar durante meses la llegada de encomiendas, de cartas y costales que venían con papas, carnes de charqui, quinua, mashua, ollucos para Lima con ese olor a sierra, y, al abrir las talegas, descubrir el poncho de llama, las medias y chalinas de vicuña, hechas por las manos de mis abuelas.

Cada viaje era ir a un planeta ancestral. Era aprender y sentir los sonidos del habla en quechua, la música de las quenas, los charangos, el arpa y el violín, con los cuentos de mis abuelos Sebastián y Constantino, que siempre narraban el Racrapo (el comelón) en diferentes versiones, las cabezas voladoras, la sirena, las lluvias de candelas; y cuando me preguntaban por la vida en Lima. No conocían los fideos, ni el arroz, ni la radio. Les llevé un transistor y les expliqué cómo funcionaba. Se reían de esos "alimentos" y preparaban atoles de quinua, mazamorra morada y chichas de maíces de jora, negro y bayo.

Así, pues, vamos seguros y confiados hacia la cercanía de la muerte, porque, al ser del siglo pasado, nos quedan pocas décadas de lucidez, curiosidad y el más elevado amor a la sabiduría. Nos acompaña una consciencia del conocimiento infinito, un amor incondicional a la familia y la decisión de vivir, amar y desaparecer.

En medio de volcanes, temblores y guerras, la confianza sembrada por mis ancestras y alimentada todos los días, a veces decrece, inundándome con un terrible desasosiego. Las voces de mis amadas me animan a estar de pie, y ese pitico repica incansable: "La cama chupa". Es cierto, porque la inacción adormece el cuerpo, junto con su mente parlanchina, que genera más de sesenta mil pensamientos al día; la mayoría, negativos.

A propósito del feriado del 12 de octubre de 1492, la "resistencia indígena" continúa en la patria grande. Se conmemora el "Encuentro de Culturas", o "Día de las Culturas", como lo expresan en Costa Rica, mientras que en otros países es el "Día del Descubrimiento de América". Por supuesto, la soberbia imperial del reinado español celebra su día, festejando el más grande holocausto.

Felipe de Borbón se resiente y se "ofende" porque se le exige una carta abierta pidiendo perdón por el genocidio en México, y no asistió a la toma de posesión de la primera presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum Pardo. Claro, una mujer no puede exigirle que pida perdón; y mucho menos se puede decir "huele a azufre", como le dijo el comandante eterno, Hugo Chávez Frías, a su padre, el rey cazador de elefantes. Si tuviera algo de humano y de vergüenza, pediría perdón de rodillas con la cruz —bien, eso vendrá—, y se le debería exigir por escrito la devolución del oro, las perlas y las pinturas —da náusea el oropel de las iglesias y museos— robados del continente "descubierto" y, además, reparar el daño causado con la esclavitud y las muertes.

 

Rosa Anca


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