Crónicas y delirios | Carnaval sin careta
28/02/2025.- No, no puedes conocerme porque jamás me has visto cara a cara, ni de careta a careta o de cuerpo presente. Te diré, entonces, que me llamo Rigoberto Antonio Pérez Peraza, mayor maduro frisando la "edad dorada" (aunque sin dólares), con esposa nupcial y tres chamos de quince, veintidós y el último (¡desconcertante enviado del método conceptivo para adultos mayores!) que aún estudia en la Escuela Bolivariana. Familia hasta ahora unida, aunque a punto de una gran crisis por causa del Carnaval.
¿Y por qué este hombre pacífico y del soberano comunal habla de tragedia en tan cumbanchosos días festivos?, preguntarás tú, con una media sonrisa Colgate llena de incredulidad. Y yo te respondo en dos hojas de computadora, cuya copia envié a Defensa Civil para que adopte las (im)previsiones del caso.
Asumo y sigo: estaba yo en nuestro apartamento de Valle Abajo Arriba, tranquilo y sin nerviosismo, dispuesto a empantuflarme en casita durante el puente carnavalesco, cuando la sublevación hogareña cobró visos de desobediencia activa. La doña tiró el primer peñonazo:
—¡Lindo que te queda, Rigoberto Antonio, tú tirado ahí, como momificado, y nosotros sufriendo frente a las delicias del Rey Momo! ¿Te acuerdas cuando gritabas que las carnestolendas son para gozar de la playa, mover el esqueleto y encaramarse en las carrozas? ¿Acaso, de "pavo viejo" no ibas a los templetes y te empatabas con aquellas mujeres disfrazadas de "negritas"? ¡Confiesa, Rigoberto, o silénciate cual cadáver eterno!".
—Nuuuu, mija, zapatea para tu televisión por cable y déjame en el sepulcro de mis cervezas. No tengo plata, el carro estornuda por todas las bujías, el nuevo jefe quiere que adelante un montononón de trabajo y, en suma, chica, me da flojera salir. ¿Copiaste bien mi decisión?
Bobby Néstor, el de veintidós años que estudia para ser abogado (litigante), se adhirió a la autora de su genoma:
—Mi madre posee la razón constitucional, papi, o sea, que estás pelando, pure, porque nuestro referéndum decidió irnos de rumba potente, contigo o sin ti, pater familia. ¡Lee los derechos ocioturísticos consagrados en las leyes!
Rosa Betsy, la de quince abriles y un novio que me saca la piedra, también puso su grano de llanto:
—Esto es el colmo de los colmillos, papucho. Me niego, como una sola mujer, a mantenerme fuera de circulación en estos días de rumba. ¡Uuuy, mi empate ya arregló su morral y se clavó dos zarcillos espectaculares donde le comienzan los huecos de la nariz, papilongo!
Y el menorcito, Simón Roberto, tampoco permaneció quieto:
—Si no me compras el disfraz de Rana Peluda que vi en TikTok, raspo Educación Física y no asisto a las charlas sobre Reforma Constitucional. ¿Cogiste la onda, papi?
Los amorosos argumentos de mi familia me convencieron. Inmediatamente, acudí al banco y saqué el respectivo fajo de "papeles" que volvería papelillo. Hoy entiendo, amigos visibles, por qué denominan pagana la festividad del Carnaval: pago por aquí, pago por allá, pago cash, pago caída y mesa limpia, y, además, en lugar de templetes… hay templones por todos lados; en vez de carrozas… una carramentazón de espanto y brinco; a cambio de máscaras… todas las cosas más caras que en Caracas…
Detallo el viacrucis carnavalesco: un individuo con antifaz de usurero, me alquiló aquel chalet tipo estudio frente al playón por el precio de diez sueldos máximos. Comprendí de inmediato lo de "tipo estudio", pues gastamos dos cavas de polarcitas estudiando cómo acomodarnos allí. Se fue la luz y el agua. Llegó el preciado líquido, pero en camión cisterna y a cambio de 150 dólares (no del Banco Central, sino del mercado). Me caí y me rompí la tibia. Por eso, mi mujer cogió una calentera y se largó a jugar barajas con una comparsa de amigas. Me robaron los churupos que me quedaban. No logré conciliar el sueño ni conciliar nada.
Añado: Bobby Néstor, con su equipo de voluminoso sonido portátil, se instaló en una carpa a cuenta —y sin riesgo— de mi tarjeta de débito. Rosa Betsy y el novio montaron un bonche bipersonal en el pasillo, dentro de un cotillón de besos y abrazos. A la Rana Peluda le dio por alegrarse no con serpentinas, sino con insumos de cloaca, harina, perra-harina, negro humo y huevos podridos. La doña me hizo pagar completas sus apuestas de baraja. El dolor en la tibia se me extendió hasta el peroné, inflamado por contagio. No sabemos si regresaremos a Caracas en cola o en grúa a crédito (si logramos conseguir la grúa y el crédito, por supuesto).
Conforme a todo lo dicho y lo faltante, ¡juro ante Dios (dado) y Defensa Civil que es el último año que gozo de los deleites del Carnaval!
Igor Delgado Senior