Derechos humanos: a los 74 años van en caída libre

Se observa un retroceso en los derechos fundamentales en todo el mundo

Todos tenemos derecho a una vida digna, sin distingo de raza, sexo o religión.

14-12-22-. La Declaración Universal de los Derechos Humanos se apresta a llegar a los tres cuartos de siglo en 2023, pero la mayoría de los activistas de este ámbito se cuidan mucho de no lucir demasiado felices, pues son más los motivos para angustiarse que para celebrar.

"Hay un retroceso, por todo el mundo, en materia de derechos humanos. Y comprende a los países en los que pensábamos que el Estado de derecho y la democracia ya estaban conquistados", afirma la directora general de la Federación Internacional por los Derechos Humanos (FIDH), Eléonore Morel.

Ella lo dice con la autoridad que ostenta este organismo, uno de los primeros en su tipo, fundado hace más de cien años, tras el fin de la Primera Guerra Mundial, una conflagración extremadamente  sangrienta en la que los derechos humanos fueron pisoteados como nunca antes.

Según este punto de vista, “estamos en presencia ya no solo de un incumplimiento de los derechos básicos en los países catalogados como autoritarios o dictatoriales”, sino también en las supuestas democracias ejemplares de occidente, las que –paradójica y cínicamente– se han autoproclamado adalides de las garantías ciudadanas no solo de sus propios pueblos, sino de todos los del mundo.

Los síntomas más alarmantes de ese retorno a tiempos supuestamente superados son el auge de los movimientos antiderechos humanos y de la extrema derecha en las naciones que se ven a sí mismas y se mercadean como “avanzadas”.

Un ejemplo concreto son los cambios legislativos sobre el aborto en Estados Unidos, el país empeñado en ser paradigma en este campo. Pero ese es apenas un botón de muestra, pues tanto en esa nación como en la Europa a la que Josep Borrel pintó como un jardín, van en franca caída libre los derechos de las minorías raciales y los migrantes, mientras avanza el supremacismo étnico y renacen las ideologías fascistas y nazis.

Esa doble moral hace que las potencias del llamado “Occidente colectivo” juzgue los delitos de lesa humanidad de los países adversarios, pero se haga el desentendido con los que se cometen dentro de sus propias fronteras o en las naciones aliadas.

Kenneth Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch (HRW), estimó que varios “líderes occidentales han mostrado debilidad en su defensa de la democracia” y mencionó los casos del presidente francés, Emmanuel Macron, quien “condena el comportamiento de China en Xinjiang, pero ignora la terrible situación de los derechos humanos en Egipto”; y el del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, “quien se comprometió a desarrollar una política exterior guiada por los derechos humanos cuando llegó a la Casa Blanca, pero siguió vendiendo armas a Egipto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Israel, a pesar de la persistencia de sus políticas represivas”.

HRW lanza así una flecha hacia una de las grandes tachas del sistema de derechos humanos en el planeta: la suerte de carta blanca que tiene el ente sionista de Israel para pisotear impunemente todos los derechos humanos.

En ese punto, el agudo analista Vladimir Acosta señala una coincidencia lacerante: el mismo año en que nació la Declaración Universal, 1948, vio la luz el Estado de Israel “el más grande violador de los derechos humanos, después de su incondicional protector, Estados Unidos”. Ambas fueron decisiones de la entonces muy joven Organización de Naciones Unidas. 

Acosta, en el prólogo del libro Los derechos humanos desde el enfoque crítico, lanza un puñado de verdades cuando dice que el asunto de los derechos humanos se convierte en una gran ironía en una sociedad marcada por el capitalismo y dirigida por las clases dominantes de los países ricos, cuyos gobernantes están al servicio de las grandes corporaciones, pues son esas naciones, esas clases dominantes y esas corporaciones las que llevan a cabo las mayores agresiones contra sus propios pueblos y contra países enteros, para saquear sus riquezas y recursos naturales. Y son esas naciones, que han hecho del crimen de lesa humanidad su modus operandi, las que se yerguen en fiscalizadoras de los derechos humanos en el resto del orbe.

Pero las paradojas son todavía más profundas y tocan precisamente a las organizaciones no gubernamentales que han asumido, desde hace ya varias décadas, la voz cantante en este campo.  La mayor parte de ellas, sobre todo las que tienen mayor presencia pública a escala mundial (HRW es una de ellas), son financiadas por los mismos gobiernos y las mismas corporaciones que perpetran las peores violaciones de los derechos de las personas. Por supuesto que esa dependencia económica anula su capacidad para ser árbitros en tales asuntos.

Las organizaciones falsamente no gubernamentales, pues son pagadas directa o indirectamente con dinero público de esas grandes potencias, actúan, además, como portadoras del germen del colonialismo, el eurocentrismo y los modelos económicos y políticos que impone el capitalismo. Son caballos de Troya de la globalización cultural, pues tratan de universalizar los paradigmas occidentales en naciones con cosmovisiones muy distintas.

Las organizaciones no gubernamentales (ONG) o, mejor dicho, los actores del oenegismo, han sido armas por excelencia para montar las llamadas “revoluciones de colores” y otras modalidades de “cambio de régimen” en países del sur global.

Siempre en contubernio con la maquinaria mediática hegemónica lanzan campañas feroces contra los gobiernos que no siguen las líneas del capitalismo global y crean las condiciones de opinión pública para que sean derrocados. Mientras tanto, los países obedientes, con regímenes de derecha, pueden cometer cualquier desaguisado y las ONG no pasan de condenas rituales para mantener ciertas apariencias. ¿No es ese, acaso, otro gran retroceso en materia de derechos humanos?

Las seis generaciones

Mientras en buena parte del mundo se sigue luchando por los derechos más elementales, las élites se preocupan por derechos mucho más complejos y hasta exquisitos. Y es que en esta materia también todos somos iguales, pero unos son más iguales que el resto.

La primera generación de derechos humanos es la fundamental: vida, libertad (de pensamiento, opinión y expresión), seguridad, igualdad, privacidad, honra, nacionalidad, religión, asociación, circulación y lugar de residencia. Prohíbe la esclavitud, la tortura y los tratos crueles.

La segunda generación es la de los derechos económicos, sociales y culturales (salud, alimentación, educación, trabajo digno, recreación). La tercera es más geopolítica: independencia, soberanía, autodeterminación, paz, cooperación internacional y defensa del ambiente.

La llamada cuarta generación de derechos humanos se refiere, aunque parezca una contradicción, al trato digno a los animales no humanos, incluyendo las especies en peligro de extinción.

La quinta generación apunta a la protección de los derechos que podrían tener en algún momento máquinas, computadoras, robots y programas informáticos de inteligencia artificial.

Y la sexta generación es la que explora los derechos de los todavía hipotéticos seres transhumanos o poshumanos, conceptos estos que por los momentos están a medio camino entre la ciencia real y la ciencia ficción.

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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