Punto y seguimos | Europa y su ceguera

Los europeos han olvidado - en menos de cien años - el terror de la guerra

07/02/23.- En Europa hay numerosos museos y monumentos dedicados a la preservación de la memoria histórica de los dos conflictos bélicos más importantes de esa región en el siglo XX, la Primera y Segunda Guerra Mundial, ocurridas en 1914-1918 y 1939-1945, respectivamente. El segundo enfrentamiento entre las principales potencias del mundo alcanzó tal magnitud que le consideramos la más importante de nuestro tiempo, no solo por las 60 millones de víctimas, sino por la reconfiguración geopolítica que supuso para el planeta y el establecimiento de nuevas normas de convivencia bajo las consignas de la paz, la soberanía y la autodeterminación que se expresaron en la Carta de las Naciones Unidas. 

No se han cumplido aún cien años de la Segunda Guerra Mundial y pareciera que los museos, los monumentos y la enseñanza de la historia no han sido suficientes en el viejo continente para que la guerra deje de ser considerada un escenario al cual temer. Resulta asombroso que el conjunto de la sociedad europea se tome con tanta calma la posibilidad de un nuevo conflicto en su territorio, y aun más preocupante, que sus líderes se embarquen en un enfrentamiento absurdo con uno de sus propios vecinos, siguiendo pasivamente las directrices emanadas desde una potencia externa al bloque, como es Estados Unidos, considerado el gran amigo y aliado desde finales de la guerra.

Las motivaciones estadounidenses para una nueva guerra fuera de su territorio son comprensibles desde su lógica histórica imperial y empresarial, sin embargo, ¿cuáles son los posibles réditos de Europa en una hipotética guerra con Rusia? Visto por encima, ninguno. Que la inflamación del odio por los rusos haya resultado tan fácil de aplicar, hace que los cuestionamientos acerca de cómo se reconstruyó y recuperó el continente luego de la guerra sean mucho más necesarios: ¿hasta dónde llegó la autonomía de los vencedores? ¿se puede limitar el análisis a la importancia del Plan Marshall de recuperación económica diseñado por los EE.UU o hubo mucho más? ¿olvidamos quién diseñó la constitución de, por ejemplo, la República Federal Alemana hoy vigente en la Alemania unificada con apenas modificaciones? En todas las respuestas, la clave es Estados Unidos, los verdaderos ganadores de la SGII. Los enemigos disfrazados de amigos.

Los estadounidenses lograron liderar el bando ganador con bajas mínimas, cero daño en su terreno, prueba in situ de armamento disuasor (las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki), control del dinero y condiciones de financiamiento de la reconstrucción aliada, voz y voto en el recién inaugurado Sistema de Naciones Unidas, creación del Estado de Israel, captación del capital humano nazi (los científicos alemanes fueron claves en los programas de investigación científica de post guerra en los EEUU) y además se erigieron como los principales emisores de las narrativas culturales y educativas occidentales con las que se registró la experiencia de la guerra, siendo estas últimas particularmente virulentas y distorsionadas una vez instalada la bipolaridad URSS-USA, al punto de que la sociedad europea y de occidente parece haber olvidado que fue justamente la Unión Soviética quien ganó la guerra en el campo de batalla, pagando con la sangre de más de 20 millones de sus ciudadanos la libertad de Europa, de las garras de la Alemania nazi y sus aliados fascistas. 

La construcción del anticomunismo y en consecuencia de Rusia como el nuevo enemigo caló tan hondamente, que ni los sobrevivientes europeos lograron transmitir la historia más allá de lo que contó una parte de los vencedores, tan hondo que apenas dos generaciones después parecen no tener herramientas para comprender que la Rusia moderna no es comunista y que continuar haciendo ese tipo de asociaciones no solo no resiste ningún análisis, sino que les puede llevar peligrosamente a vivir de nuevo un terror que, para desgracia del mundo entero, parecen haber olvidado. Lo que el mundo ve, es punto ciego para ellos. De muy poco le ha servido a Europa la amistad yanqui. Nunca ha sido gratuita, y ciertamente no ha sido sincera. Los imperios no tienen amigos y eso, al menos, deberían saberlo muy bien en esa zona del mundo donde hace tanto que no hacen el ejercicio de mirar hacia adentro. 

 

Mariel Carrillo García

 

 

 

 


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