Punto y seguimos | Iglesias, pedofilia e impunidad

Ninguna institución religiosa castiga a sus pedófilos

11/04/23.- El dalái lama es la máxima autoridad en el budismo tibetano. El cargo, equivalente al papado en la Iglesia católica, también es vitalicio y hoy lo ostenta Tenzin Gyatso, un señor de 87 años al que medio mundo pudo observar este fin de semana besando a un niño durante una ceremonia religiosa. Besando a un niño en la boca y luego instándole a chuparle la lengua. Si leerlo repugna, el video ni les cuento.

No es secreto para nadie que dentro de las instituciones regentes de las religiones más numerosas del mundo las denuncias de pedofilia abundan. Los casos que se han hecho públicos en varios países incluyen a miles de denunciantes, en su mayoría niños feligreses, estudiantes de colegios e internados de dirección religiosa y pequeños acogidos en orfanatos gestionados por alguna de estas Iglesias. En todo caso, son niños y niñas en situación de vulnerabilidad, no solo por su edad, sino por el evidente poder que ostentan sus abusadores, en cuanto figuras destinadas a su protección y guía espiritual, educativa o material.

Que el dalái lama, quien encabeza una religión de unos veinte millones de adeptos, se atreva a tocar de esta manera a un menor de edad en un acto público, con la sonrisa complaciente de las personas a su alrededor, nos muestra cuán normalizado está este comportamiento en ese ambiente. Habrá quienes digan que solo fue una muestra de "amor" o una actitud "juguetona" para comunicarse con un infante, pero lo cierto es que no es ni más ni menos que un líder "espiritual" de millones de personas violentando el espacio físico de un pequeño, con la aprobación del entorno; lo cual lleva a la pregunta: si esto es en público, ¿cómo será en privado?

La respuesta se supone y además con evidencias. Para no ir muy atrás en el tiempo, en el año 2018 se ventilaron denuncias por abusos sexuales en monasterios del Tíbet, a lo que el dalái lama respondió, con su cara de tabla, que él conocía de estos abusos desde los años noventa, mientras "instaba a las víctimas a denunciar a sus abusadores". Más o menos la misma retórica de la Iglesia católica, apostólica y romana, la más tristemente célebre por sus abusos contra niños a lo largo de la historia, con miles de denuncias masivas en países como Irlanda, Portugal, Estados Unidos, México, Chile, España e Italia, donde los casos llegaron a tribunales, películas y documentales. Quedan además los casos sin denunciar que se supone suman otros miles, y aquellos que, sin ser masivos, no aligeran el delito en países que no se mencionan entre los "más sonados".

Las autoridades religiosas —de cualquier credo— han utilizado su poder y el nombre de Dios para cometer actos inenarrables contra menores y aunque en estos tiempos modernos —de pruebas y hasta de videos donde las acciones aparecen in fraganti—, el juicio público es más claro, la verdad es que no es lo suficientemente duro. No hay castigo en ninguna Iglesia ni correctivos contra los pedófilos. Por el contrario, la impunidad es rampante y, mientras se arrogan el derecho de representar a Dios, las víctimas no tienen ni reparación ni justicia ni paz.

 

Mariel Carrillo García


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