Día del Cronista: cuidar el patrimonio con palabras

Enrique Bernardo Núñez fue pionero de este oficio.

 

El cronista, en algunos casos, es una figura reconocida por las autoridades políticas y, en otras, alguien con un título otorgado por la propia comunidad.

16/05/23.- El 20 de mayo se celebra en Venezuela el Día del Cronista, un oficio que algunos pueden suponer descontinuado, pero que sigue vigente, incluso más que unos años atrás, porque ahora la historia de las ciudades y pueblos puede contarse de muchas nuevas formas distintas.

Se escogió la fecha por ser el natalicio (en 1895) del valenciano Enrique Bernardo Núñez, quien fue –al menos formalmente hablando– el primer cronista oficial de Caracas, además de un ilustre escritor, periodista y diplomático.

Es pertinente recalcar que Núñez fue el primer practicante oficial de esta actividad, porque de cronistas está repleta la historia, no solo de la capital venezolana sino del resto del país y del continente, desde los inicios de la era colonial. De hecho, buena parte de esa historia ha sido construida con los relatos, primero de los cronistas de Indias, que vinieron con los españoles acompañando a los hombres armados y a los sacerdotes. Es decir, que la crónica llegó a este lado del mundo junto con la espada y la cruz. 

Luego fue utilizada por los narradores de los épicos capítulos de la Independencia y del resto de nuestro trepidante acontecer.

Según un estudioso profundo de la materia –el profesor Earle Herrera–, la crónica, “en un principio, fue la historia escrita, la relación de los hechos pasados de acuerdo con el orden como sucedieron”. Posteriormente se transformó en un género literario “cuando surge en sus oficiantes  la preocupación no sólo por contar, sino por hacerlo bien y en forma amena, clara y agradable para el lector”. Cuando aparecieron  los periódicos, esta manera de contar historias saltó con naturalidad a las páginas de éstos “y en ellas encuentra justo albergue porque para el hombre de aquel entonces la crónica es lo que hoy la noticia para nosotros”.

De esta forma, Herrera explica cómo fue que la crónica terminó siendo, según autores de este tiempo, un cruce de caminos entre historia, literatura y periodismo.

Pero el Día del Cronista no está en absoluto centrado en la crónica como género periodístico (que fue el más estudiado y practicado con maestría por Herrera), sino en la muy peculiar actividad de los cronistas de localidades, esas personas que se dedican, a veces desde el más militante amateurismo, a relatar las historias de sus regiones y urbes, mantener vivas las tradiciones y exaltar la figura de los paisanos ilustres.

Es por ello que en las definiciones más esquemáticas se dice que el cronista celebra, divulga y conserva la memoria de un pueblo. 

Los cronistas originales narraban principalmente los hechos que presenciaban. Hacían el trabajo que, en esencia, luego correspondió a los reporteros, y que en tiempos más recientes es compartido por todo aquel que tenga en sus manos un teléfono celular. 

Pero, claro, el cronista no puede estar siempre “en el lugar de los acontecimientos”, y entonces recurre a los testimonios de terceros y a los documentos que registran los hechos, asumiendo así modos de trabajo que también usan los periodistas y los historiadores.

La tarea de un cronista es realmente noble. Con sus reseñas y descripciones tratan de preservar la memoria y el patrimonio cultural de la ciudad o el pueblo al que dedican su labor y fomentar el  sentido de pertenencia entre las nuevas generaciones, todo ello enfrentando la gestión destructiva de todo lo anterior que realiza la gran maquinaria cultural del sistema hegemónico global.

El campo de acción de un cronista local abarca mucho más de lo que algunos piensan. No se trata solo de recordar los eventos históricos y sus protagonistas, sino también de generar conciencia sobre el acervo arquitectónico, los mitos, las leyendas, las tradiciones, las costumbres, la música, el baile, la producción agropecuaria e industrial, el arte, la artesanía, la gastronomía y hasta el clima.

Es por ello que un pueblo o ciudad con un cronista activo y una comunidad que lo respalde tiene mejores oportunidades de preservar su patrimonio histórico y cultural, en el sentido más amplio que esas expresiones puedan tener.

Cada vez que las maquinarias de demolición se acercan a una edificación con valor patrimonial, un o una cronista de pilas cargadas puede movilizar a las fuerzas locales para hacerles frente.

Y si algún funcionario o particular pretende sustituir las expresiones culturales autóctonas por otras fabricadas en serie, le toca a quien ejerza la función de cronista la responsabilidad de encender las alarmas y de explicarle a la comunidad la importancia de preservar los valores propios.

Para conocer el pasado de un pueblo, ciudad, parroquia o barrio, nada mejor que buscar al o a la cronista, que en algunos casos es una figura reconocida por las autoridades políticas y en otras es alguien que tiene un título otorgado por la propia comunidad. Así que no siempre se les consigue en una oficina bien montada en la gobernación o la alcaldía. Las más de las veces son gente que tiene sus propias casas atestadas de papeles, fotografías y libros, o bien son una especie de juglares que andan por las calles y plazas, divulgando a viva voz sus fabulosas historias.

Y, como se dijo al comienzo, algunos de los cronistas vocacionales han aprendido a usar a su favor las nuevas tecnologías y han sacado las fotografías y los recortes de sus ajados álbumes y carpetas para montarlos en páginas web, blogs, canales de YouTube y cuentas en redes sociales, donde compiten por la atención de los más jóvenes. Una pelea desventajosa, pero que es necesario plantearse para que nuestro heroico pasado no se quede varado en el olvido.

 

Caracas y sus techos rojos

Antigua esquina entre Curamichate a Pajaritos y la esquina de Peinero.


La designación de Enrique Bernardo Núñez, en 1945, como Cronista Oficial de Caracas fue fruto de la Ordenanza sobre Defensa del Patrimonio Histórico de la Ciudad. El escritor carabobeño llevó a cabo este trabajo, con algunas interrupciones, hasta 1964, cuando falleció.

Autor de la biografía de Cipriano Castro, El hombre de la levita gris, de la novela Cubagua y de varios otros libros de narrativa, en lo relativo a la urbe capitalina dejó el título La ciudad de los techos rojos y fue director de una revista significativamente llamada Crónica de Caracas.

Entre los ilustres nombres que han seguido los pasos de Núñez están Mario Briceño Iragorry, Guillermo Meneses, Guillermo José Schael, Juan Ernesto Montenegro y Mario Sanoja Obediente. Este último fue un antropólogo que –fiel a su especialidad– estaba desarrollando una serie de excavaciones arqueológicas en el casco histórico de la ciudad.

Tras el fallecimiento de Sanoja Obediente, el Concejo Municipal designó al historiador Omar Hurtado Rayugsen, profesor del Instituto Pedagógico de Caracas, miembro del Centro de Estudios Simón Bolívar y del Centro Nacional de Historia, Premio Nacional de Historia en 2017 y un defensor radical de la filosofía de uno de los más notables intelectuales nacidos en esta urbe: Simón Rodríguez. En sus manos está actualmente, el honorable recurso de la crónica para la defensa de la historia caraqueña.

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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