Punto de quiebre | Policía asesina a un compañero y a una mujer

El móvil del doble homicidio fue el robo

05/09/2023.- Se dijo que eran tres los agentes del Cicpc asesinados, incluida una mujer, pero luego se corroboró que eran solo dos, que se mataron entre ellos en un tiroteo y que la fémina era empleada del mercado de La Hoyada.

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Aquellos dos policías no se conocían entre sí, a pesar de que militaban en el mismo cuerpo policial aquí en Caracas. La crisis económica los situó en bandos contrarios. El primero optó por cruzar la raya y colocarse al margen de la ley. El segundo prefirió rebuscarse en sus ratos libres, pero sin caer en el terreno de lo delictivo. El destino los confrontó a plomo limpio. Ninguno de los dos logró sobrevivir. El Cicpc perdió dos hombres en cuestión de segundos.

Yenrín Guillén Almeida era un tipo sesentón que en su vida no había hecho otra cosa sino robar. Desde muy joven comenzó con pequeños hurtos: que si le partía el vidrio a un auto para robarle el reproductor, que si una batería, que si forzaba las puertas de un quiosco o demolía un pedazo de pared para ingresar a algún local con fines de desvalijarlo. Luego incursionó en robos mayores, hasta que se convirtió en asaltante de bancos y joyerías y hasta en secuestrador. Ya en los últimos tiempos lo conocían en varios barrios de la capital como el Viejo.

El Viejo pasaba desapercibido entre la multitud. Llevaba varios días vigilando e incluso le había colocado un cartoncito anaranjado en la parte delantera de su motocicleta, con la inscripción de "mototaxi". A veces tardaba horas con la mirada fija en la entrada del mercado de La Hoyada. Nadie se fijaba en él, salvo una que otra persona que se acercaba con intenciones de que le hiciera una carrera, a lo que él contestaba que estaba esperando un cliente.

Sus ojos brillaban cuando la veía salir. A ella también la esperaba un motorizado. "Debe ser que tienen una vaina", pensó el viejo la primera vez que la vio salir, pero asumió que eso no era su problema. Miró su celular para precisar la hora y cuando ella y el hombre que la esperaba se fueron en su motocicleta, él se les fue detrás, a prudente distancia. Media hora después, ella llegó a su objetivo. Se bajó y su acompañante quedó ahí, aguardando. Minutos después, ella salió, se montó en la moto de nuevo y se fueron… y el Viejo los persiguió.

Esa escena se repitió por varios días: ella salía, él veía la hora, ella regresaba, él volvía a ver la hora. Ella se iba y él la seguía. En ese interín ratificó que ella y su acompañante no tenían nada personal. Posiblemente, él nada más le hacía la carrera a ella. Pero igual se percató de que él siempre iba armado.

Y llegó el día. En horas de la mañana, el viejo se reunió con Kléiber Andrés Vera y otro hombre identificado como Carlos Luis Silveira González (48), apodado "Carlitos". Comenzaron a analizar todos los pro y los contras de la operación y a precisar el punto exacto donde actuarían. Se pasearon por la posibilidad de que fuese en la autopista, pero luego la descartaron y decidieron que sería en la avenida Francisco de Miranda, a la altura del Unicentro, pero acordaron que había que actuar rápido. Se decidió que la moto iba a ser manejada por Carlos Luis, debido a su gran destreza y a que Kléiber iba a ser el encargado de darles el "quieto" y de dispararles —en caso de ser necesario—, luego se bajaría, tomaría el bolso que siempre cargaba ella y escaparían del sitio. En un mapa establecieron el punto donde iban a aguardar la llamada de aviso del Viejo, quien, como todos los días, esperaría al frente de la puerta del mercado La Hoyada.

Cuando estalló aquel tiroteo, ya iban a ser las cinco de la tarde. A esa hora la calle estaba atiborrada de personas que buscaban tomar el metro y de otras tantas que salían del subterráneo para dirigirse a sus casas. La desesperación cundió. Se veían los rostros aterrorizados de los que corrían de un lado a otro, mientras los más inteligentes optaron por arrojarse de una vez al piso. Cuando cesaron los disparos, una extraña apacibilidad se había apoderado del sector. Nada se movía. Había tres cuerpos en el piso y dos motocicletas volcadas en el pavimento. Algunos vieron a una cuarta persona escapar del sitio a pie y hubo quienes afirmaron, en medio de la inventiva popular, que les habían disparado desde una camioneta, mientras otros aseguraban que fue desde una motocicleta. Luego se corrió el rumor de que los tres fallecidos eran agentes del Cicpc. Llegó la policía y todo el lugar fue acordonado. En el sitio se manejó la misma versión de que los tres fallecidos eran agentes del Cicpc. Las redes sociales estaban a punto de estallar. Salieron a relucir los letrados, analistas y expertos opinadores. Se comenzó a hablar de que andaban matraqueando, de que era una venganza, un pase de facturas por un botín, un ajuste de cuentas, que era un asunto de drogas.

Días después, la verdad comenzó a relucir y a acallar los gritos de las redes. Se informó que la mujer fallecida no era funcionaria, sino que era secretaria del área administrativa del mercado de La Hoyada y que, entre sus funciones, estaba la de trasladar a un sitio seguro las divisas en efectivo producto de las ventas del día. Respondía al nombre de Jennifer Medina Morales, de 38 años de edad.

Los otros dos muertos efectivamente eran funcionarios del Cicpc. Uno de ellos, el detective Enrique Junior López, había sido contratado como escolta privado para que acompañara y protegiera a Jennifer Medina. Y el otro, de nombre Kléiber Andrés Vera, había sido cuadrado por el Viejo para cometer el robo.

Cuando López se percató de que iban a ser asaltados, sacó su arma y disparó contra sus atacantes, logrando impactar al que venía detrás como parrillero (Kléiber Vera), que ya tenía su arma en la mano y disparó también, acertándole a López y a la señora Jennifer.

Semanas después, los funcionarios del Cicpc ubicaron e identificaron a la persona que había huido corriendo del sitio con el bolso donde la empleada llevaba las divisas. Se trataba de Silveira, quien para ese momento se encontraba con el Viejo en un apartamento de la avenida Baralt. Lo demás es cuento conocido: les dieron la voz de alto, desatendieron, hubo un intercambio de balazos y los dos delincuentes resultaron heridos, falleciendo posteriormente. Ambos tenían un amplio prontuario policial.

 

Wilmer Poleo Zerpa


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