Arte de leer | "Ifigenia", de Teresa de la Parra

El diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba, cumplió 100 años

02/05/2024.- La literatura venezolana posee decenas de obras maestras, que al parecer del servidor que escribe estas líneas (no es de mi gusto autocitarme, pero acá no me queda más remedio que usar mi propio baremo), son textos que en muchos casos trascienden aquello del espacio y tiempo. 

Y esto se afirma en virtud, de que cuando uno lee una novela que luego de un siglo mantiene su vigencia, por los temas, las situaciones, los personajes y la realidad que nos toca vivir en contraposición al tiempo del relato, uno responde su propia interrogante... ¿No parece acaso que esto se escribió ayer?:

Lo que quiero explicarte ahora es que en estos cuatro meses he variado por completo de  ideas.  Creo que me he pasado con armas y bagajes al abominable bando del mundo y siento que he adquirido en él una elevada graduación. Ya no me considero en absoluto personaje secundario, estoy bastante satisfecha de mí misma, me he declarado en huelga contra la timidez y la  humildad, y tengo además la pretensión de creer que valgo un millón de veces más que todas las heroínas de las novelas que leíamos en verano tú y yo, las cuales, dicho sea entre paréntesis, me parece ahora que debían estar muy mal escritas.

Imagínense un mundo de hombres, donde las mujeres son adornos, objetos, productos de consumo, accesorios, toda esa realidad denigrante que se vive bajo el patriarcado (que aún se padece), pero hace diez décadas, peor, pues, donde una mujer alza la voz en letras nada complacientes, compitiendo contra el canon machista, donde la mayoría de los académicos, editores e impresores son del género masculino, y, claro, “superiores” en el desarrollo de las artes y la intelecualidad, y son ellos el jurado que dictamina el asunto: 

Desde entonces, Cristina, deduje que los hombres, en general, aunque parezcan saber muchísimo, es como si no supieran nada, porque no siéndoles dado el mirar su propia imagen, reflejada en el espíritu ajeno, se ignoran a sí mismos tan totalmente, como si no se hubiesen  visto jamás en un espejo. Por eso, cuando Abuelita, en la mesa, habla indignada de los  hombres de nuestros días, y me previene contra ellos, llamándoles alabanciosos y calumniadores, yo, lejos de compartir su indignación, me acuerdo de mi amigo el poeta en el momento de buscar sus lentes, y me sonrío. Sí, Cristina, por más que diga Abuelita, yo creo que los hombres calumnian de buena fe, que son alabanciosos porque honradamente se ignoran a sí mismos y que atraviesan la vida felices y rodeados por la aureola piadosísima de la equivocación, mientras los escolta en silencio, como can fiel e invisible, un discreto  ridículo. 

Entonces, una pluma que se impone en el año 1924, más o menos por estas fechas, se lleva el galardón a la Mejor Novela Hispanoamericana en el Concurso de la Casa Francoiberamericana, organizado en París. Así es, Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba, cumplió 100 años de haber ganado un certamen, donde no las tenía fácil, por ser mujer y novel en el quehacer literario.

Y aquí es donde nos toca decir por qué sobresale. Daré la visión de un lector apologeta, porque de crítico literario no tengo ápice (aunque me reconozco como lector crítico, que es otra cosa), ya siendo preadolescente, en mis tareas de colegio, puedo manifestar que disfruté muchísimo las aventuras y desventuras de María Eugenia Alonso. La frescura de un diario personal que contrasta con diálogos y situaciones lúdicamente descritas. Cada personaje dibujado en su carácter y en detalle psicológico. 

Entre la escolaridad, la literatura y el audiovisual

Haciendo un aparte, en los libros escolares y periódicos que hacían referencia a la novela, siempre colocaban, además de las imágenes de las respectivas portadas de la edición que estuviera de moda, un retrato de Ana Teresa Parra Sanojo, nombre de la autora a quien conocemos como Teresa de la Parra. A este respecto, yo me imaginaba a María Eugenia como a Teresa, para mí se trataba de la misma persona.

Como te decía, Cristina, en las llegadas hay siempre un misterio triste. Cuando un vapor se  detiene, después de haber caminado mucho, parece que con él se detuvieran también todos nuestros ensueños y que callasen todos nuestros ideales. El suave deslizarse de algo que nos  conduce es muy propicio a la fecundidad del espíritu. ¿Por qué?... ¿será tal vez que el alma al sentirse correr sin que los pies se muevan sueña quizás en que se va volando muy lejos de la tierra desligada por completo de toda materia?... No sé; pero recuerdo muy bien que aquella noche, detenido ya el vapor frente a La Guaira, me dormí prisionera y triste como si en el espíritu me hubiesen cortado una cosecha de alas. 

Luego de más de 40 años de haber leído por primera vez esta novela maestra y que confieso haberla leído tres veces más (en una me tocó curar una de sus tantas ediciones), el rostro de Teresa/María Eugenia me era familiar.

Luego de mi primera incursión lectora, me encuentro con una novela televisiva y, posteriormente, una película.
Amanda Gutiérrez, en su buena interpretación y exuberante belleza, no pudo borrar de mis recuerdos, no tan lejanos en la obra escrita, el imaginario que ya se había creado en mi alma. Hablo de VTV en 1979 (un llamado a la gente que tiene alta responsabilidad en los contenidos de esta planta, volvamos a hacer produciones de esa envergardura), de un seriado bien hecho y con un guion adaptado impecable. 
Lo mismo expreso de la película de Iván Feo en 1986 y la actuación digna de María Alejandra Martín, que tampoco, a pesar de ser un acertado audiovisual, en este caso, pudo más una foto, darle carácter a esa inolvidable precursora del feminismo en Venezuela y América Latina. 

Y es que pasa, Cristina, que mis cuatro primos a más de poseer nombres dobles, cosa que los mezcla y los confunde mucho, gozan además por otros respectos de la uniformidad más absoluta. Todos se parecen. No sólo en el físico, sino en la identidad de los puntos de vista, en el sistema de enfocar sus imaginaciones, y en el vocabulario empleado para expresar sus ideas. De ahí que al hablar coincidan siempre unos con otros, tanto en el fondo como en la forma de sus opiniones, pero de un modo tan exacto que si por circunstancias esta coincidencia, en vez de ser simultánea es sucesiva, resulta una especie de letanía absolutamente crispante.


Después de leer varios artículos sobre seminarios, foros, charlas, entrevistas de especialistas, como las profesoras Gloria Cabellero, María Fernanda Rincón,la poeta Maribel Prieto, o el excelente escrito de Diego Rojas Ajmad y una amena conversación telefónica con mi estimado profesor Carlos Sandoval, todos coinciden que Ifigenia es una expresión de insurgencia, intimista, irreverente y autorreferencial. Se enfrenta a la carga impuesta del hombre como el centro del universo de las mujeres. Su narrativa nos muestra el paso de Venezuela a la modernidad o, más bien, es la novela la que se encarga de hacerlo en el sentido de la reflexión artística y académica, en medio de un cambio de siglo tardío que pegó un brinco obligado con la explotación petrolera, allí es donde Teresa de la Parra abre un camino.
Por estos lares no se llega a “lectura perversa” que hace Dolores Alcaide Ramírez sobre las relaciones entre féminas retratadas en la novela en referencia, lo que se desea es mostrar que hay un goce en esta íntima confesión de una mujer que a través de la ficción supo desnudar a la sociedad caraqueña burguesa, a la doble moral de los moralistas y que supo poner en su sitio a nosotros los hombres, con astucia, elegancia, desenfado en una de las más inteligentes narraciones venezolanas de todos los tiempos. 
¡Larga vida a Ifigenia!

Ricardo Romero Romero | @ItacaNaufrago | artedeleer@yahoo.com

Ana Teresa Parra Sanojo (1889-1936).
Narradora, ensayista y periodista. Hija de Rafael Parra Hernáiz, quien se desempeñó como cónsul venezolano en Alemania, y de Isabel Sanojo Ezpelosim de Parra. Tuvo además cinco hermanos, dos de ellos mayores, Luis Felipe y Miguel, y tres hermanas menores, Isabelita, Elia, y María del Pilar. 

Autora de las novelas Ifigenia y de Memorias de Mamá Blanca, bajo el seudónimo Teresa de la Parra, donde la escritora involucró la cotidianidad venezolana, junto a las influencias literarias aprendidas en Europa, resaltando el progresismo femenino, reconocida junto a la otra Teresa venezolana (Teresa Carreño) en Francia con una mención cultural por parte del gobierno de ese entonces.

Inició muy joven como escritora, afianzó más el oficio cuando murió su padre, residiendo en Europa por varios años, regresando en 1910 y en 1915, se involucró en actividades culturales en Caracas, incursionó en la redacción de cuentos y otros géneros como crónicas, ensayos breves y reseñas en el diario El Universal, firmando como Fru Fru.

Falleció a los 46 años, tras un ataque de asma y de tuberculosis el 23 de abril de 1936, en Madrid, España. Sus restos fueron repatriados y llevados al Panteón Nacional donde reposan.

De la Parra, T. (2021). Ifigenia. Memorias de Mamá Blanca. Colección Bicentenaria, Cenal. Ministerio del Poder Popular para la Cultura.


Descárgala gratis: http://cenal.gob.ve/?p=12549

 

 


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