Golpe de timón | La bala que no fue
Y la geopolítica del progresismo
La bala que no fue, en el caso de Cristina Fernández en Argentina, es un síntoma de la patología derechista en marcha, igual que la derrota de Boric y el proyecto de Constitución antipinochetista en el plebiscito chileno es otro síntoma en otra realidad nacional, es cierto, aunque parte del mismo fenómeno.
Nos interesa la tendencia epocal que contiene ambos casos, a los que se podría sumar el descalabro con rasgos de escándalo del gobierno de Castillo en Perú, acorralado por una derecha primitiva y dromedaria, y la inopia de un movimiento social que otrora fue el más avanzado del continente entre 1969 y 1975.
Pero los tiempos políticos cambian y los progresismos también. Ambos son expresiones de una realidad en permanente mutación. Quien no tiene inteligencia adaptativa se extingue. La política es una tecnología neolítica.
El asunto no es el cambio inmanejable de las realidades, el asunto es lo que se hace, tanto como lo que no se hace y aquello que se hace mal, cuando se está al frente de movimientos progresivos, como los que encabezan hoy Cristina, Boric, Petro, Castillo y Lula.
Como toda cosa viva, el progresismo tiene su historia. Los progresismos aparecen cuando se ausentan (fracasan, se frustran o las frustran) las revoluciones y las revoluciones se debilitan hasta postergarse cuando las rebeliones no son capaces de elevarse a plataformas de transformación radical de lo existente.
No existe progresismo de derecha, porque el sistema del capital, en su fase actual (depredador, suicida y tendiente a formas neonazis), no tiene capacidad de dar un solo paso hacia la emancipación humana, ni siquiera soporta una reforma. Libertad y capital se anulan, democracia y capital son asíntotas.
La izquierda, con todas sus flaquezas y contradicciones, sí puede crear y recrear formas políticas progresistas, porque la emancipación humana en forma socialista no es un deseo, es una necesidad y las necesidades suelen manifestarse de las más sorpresivas maneras, siempre que haya movimiento social empoderado. Y en Argentina lo hay, como lo hay en Chile, como brotó en Colombia en 2021 y en Perú detrás de un maestro de escuela. O en Brasil, donde sobrevive a sus propias derrotas y fracasos.
La primera aparición de una forma progresista en la izquierda mundial fue en 1896 con Eduard Bernstein (en Alemania) y Millerand (en Francia). Ocupó una generación entera que apoyó la primera guerra imperialista hasta prohijar el progresismo de la socialdemocracia nórdica a partir del gobierno socialdemócrata de 1923 en Berlín. La segunda aparición progresista nació con Stalin en tres o cuatro versiones hasta los años 50: el Frente Popular, los gobiernos de unidad nacional o de concertación con el enemigo. Con esas tres fórmulas “progresistas”, liquidaron más de diez revoluciones posibles.
Siguió el Eurocomunismo en los 60, los nacionalismos militares recurrentes en África y América Latina y finalmente el inaugurado por el zapatismo y Hugo Chávez entre 1990 y 1992, ampliado con Néstor Kirchner, Lula, Lugo, Correa y Evo Morales desde 2003, y otros gobiernos progresistas de inicios del milenio, como el pasajero en Honduras y algunas islas del Caribe.
Esta es la sexta aparición de esta forma de expresión política, concentradora de la esperanza de millones de pobres que fraguan en alguna figura sus esperanzas materiales.Habrá otros progresismos mientras haya pobres, explotados y desplazados. Lo que no habrá son oportunidades similares a la previa.
Y es ahí donde comienza el dilema y la responsabilidad de quienes dirijan el brote progresista del momento. Cada quien de las personas líderes progresistas conocidas vivió ese mismo dilema personal: decidir entre dos opciones, y solo dos: hacer que el movimiento avance hacia formas emancipadoras contra el capital depredador tendiente a nuevos moldes nazis, o detenerlo y conducirlo a una derrota o frustración generacional.
No hay evasiones diagonales conciliatorias, sostenía Itsván Mészáros, el filósofo húngaro que aconsejó a Hugo Chávez de avanzar al “punto de no retorno” mediante un Estado de tipo comunal, que superase el modo capitalista.
La bala que no salió contra Cristina (felizmente para los mortales del lado bueno de la especie) sigue cargada en otras pistolas. Como el voto pro pinochetista en Chile seguirá votando contra las próximas alamedas de Boric. La misma lógica vale para Petro, Castillo y el Lula que volverá.
La derecha no juega a la política. No le interesa la política cuando esta debe sujetarse a protocolos democráticos. Basta preguntarle a Milagro Sala, Luis D’Elía o Boudou. La derecha no juega. Ese fue el reclamo de Vargas Llosa a Macri por su blandura.
La bala sigue cargada. La política se despliega por una ruta distinta a la teoría o la filosofía. Es práctica, se sostiene en masas trabajadoras y sus resultados nunca dependen de un solo factor. Lo que resulte de una lucha, batalla, enfrentamiento, situación, siempre dependerá de lo que haga el enemigo, como de lo que haga bien el enemigo de mi enemigo, o sea, la jefatura de nuestro movimiento. Se rige por leyes similares a las de la guerra, que siempre es la política “por otros medios” (Clausewitz).
No por casualidad los chinos descubrieron, miles de años antes que Maquiavelo y Occidente, que una guerra solo se gana cuando vamos al terreno después de ganarla en la imaginación (Sun Tzu, El arte de la guerra).