Palabras... | El inciso del gorrión (Enrique Gorriarán Merlo)

A Enrique Fukman (Cachito)

 

26/09/2024.- Permítanme decirles, yo, tal vez, indirecto y no cercano a su insurgencia, con la muerte de los que luchan globalmente por los pobres, también me hago íntimo y siento desgarrador ese dolor, porque no hay herida que atraviese largo a largo al pueblo que no nos duela en la victoria.

Puertas le cerraron, puertas abrió con la luz desconocida de otras cerraduras. La mejor muestra de seguridad es volver a vivir gemelamente. Citemos unos densos días por Managua, haciendo homenaje a la vida en un combate. Quizás subterráneo, en la máxima de Rawson, camuflado entre siluetas, buscando deletrear los caminos del frío con sudor al final del túnel. O responsablemente bajo la franja del cielo de Paraguay, planificando un compromiso para restar algo de impunidad al descaro de este mundo. O en las escaramuzas detalladas contra el último regimiento, donde explotan los planes por el acumulado no resuelto del pasado.

Un par de ojos no basta para tener certeza del instante en que se salda efectivamente el anhelo justo de una acción, pero en ocasiones la soledad de los justos apenas permite ver un poco el peso oculto de la prisa y sus colaterales.

Cuando el coraje, con su cuota de angustia solitaria, acompaña la decisión de los consensos, el resto es palabra intrusa o destiempo, porque el fracaso no es más que el éxito humilde de los que intentan lo imposible.

Solo los que dudan ex profeso mal comprenden los hechos y sus designios y la convicción política de los que no regresan, ni se arrepienten, ni se rinden.

Escogimos ser libres y andamos con los mismos, aunque no alcanzamos a conocernos. De la misma forma, cuando se logra la liberación del futuro, similar en el momento, también se incluye defenderlo.

Probablemente, la vida clandestina será menos anónima cuando justicia y alegría vayan de la mano de los pueblos; pero desde el cristal con que se mire no se debe mendigar razones oficiales para recibir, con todos los honores, el gesto sobrehumano de los nuestros.

Aún no hay paz en la tierra donde reposan alerta los incansables que diseñan, trazando con palotes sobre la mesa oscura de la historia, las batallas inevitables, mientras sueñan los que duermen. Tampoco hay hambre límite capaz de matar antes a los que mueren por hacerle un techo al desamparo.

Tras la cola, el volantín trae de las alturas el fondo azul de los que miran pálidamente su vacío. Recostados vidriosos en las paredes, vemos correr la lágrima como si fuera a la alcantarilla; y no es casual la causa idéntica del origen de los males cuando se llega a la insistencia de todos por la patria.

A los diez días del Che y doce de Allende, no te olvidan las consignas en la marcha, ni el brazo armado, ni el afecto.

El último aliento es donde cuelga la verdad inequívoca de lo que hemos sido y la síntesis que seremos.

También en los arroyos se bañan el alma los gorriones y aquellos alados, cuyo destino, enhorabuena, es conducir y refundar, incluso a un tanto de morir, el ejercicio de volar en pedazos la injusticia.

Nunca es temprano ni tarde para vivir y morir revolucionariamente. Enrique Gorriarán Merlo, conversando te nombran en un verso simple unos amigos en Cuba, El Salvador, Guatemala y Venezuela; te recuerda una sencilla biblioteca en Nicaragua, y un obrero de aeropuerto que te dijo adiós cuando partías de México hacia una cárcel perpetua en Argentina.

Resguardan tu memoria, todavía y para siempre, la luz de neón en Argerich, las veredas, los aleros, el claroscuro y la lealtad del arrabal, y un dibujo te echa de menos en Buenos Aires.

 

Guatemala, agosto de 2016.

 

Carlos Angulo


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