Crónicas y delirios | De los periódicos impresos al universo digital

10/05/2024.- En un programa de ConMaduro+, el Presidente, al intercambiar opiniones con los jóvenes presentes ese día, comprendió que estos, por razones de edad, no habían conocido los periódicos impresos, de vida fecunda en Venezuela hasta hace aproximadamente ocho años, y que, por tanto, el grupo juvenil solo acostumbraba a acceder hoy a las plataformas de información digitales y a las redes sociales. Añadió el Presidente su afición por la lectura de la prensa escrita, citando tres ejemplos que se negaban a despojarse del hábito del papel: el diario El Universal (aunque reducido en su número de páginas), Últimas Noticias (en su cuarta época) y El Correo del Orinoco.

Acudiendo a las expertas pesquisas de Ignacio Ramonet y otros investigadores, determinamos que en el siglo XIX la prensa escrita se convirtió en el principal medio de masas de los países desarrollados. La impresión de las noticias, crónicas y reportajes que los lectores demandaban (junto a un gran número de avisos publicitarios) fue posible gracias al desarrollo de la incipiente tecnología de la época. La Revolución Industrial facilitó primero el uso de imprentas con rotativas, a las que seguirían otras técnicas como la linotipia, el offset y la imprenta digital.

Anote y siga, amable lector: los avances tecnológicos del siglo XX facilitaron la comercialización de nuevos inventos en el campo de las telecomunicaciones. Sin embargo, ni la llegada de la radio en la década de los años veinte ni la presencia de los aparatos de televisión en los hogares de los años cincuenta lograron poner en riesgo la relevancia de la prensa escrita, que vivió su mejor etapa de desarrollo hasta tiempos cercanos. En la década de los noventa, el uso comercial de internet significó el punto decisivo de un tumulto tecnológico que, por primera vez en la historia de los medios de comunicación social, podía dar al traste con el estilo informativo que databa de dos siglos de antigüedad.

El apunte de Maduro sobre la absoluta preferencia mediática confesada por los jóvenes asistentes a su programa nos hizo evocar y reflexionar sobre la desaparición (casi total) de los medios impresos y de lo que ellos significaron para los integrantes de sucesivas generaciones. El vertiginio del progreso periodístico venezolano había tenido su inicio en la década de los cuarenta del siglo pasado, con la fundación de Últimas Noticias (1941), por parte de Kotepa Delgado, y de El Nacional (1943), bajo la égida de Miguel Otero Silva.

Con Últimas Noticias, tabloide de ocho páginas que costaba un centavo y tenía como lema: "El diario del pueblo", el periodismo venezolano entró en la modernidad. Olvidándose de la época de la prensa farragosa y dispersa, puso en práctica un modo ágil y distinto, que privilegiaba la noticia y su información, emprendía el reporterismo de calle y el reporterismo gráfico, instauraba la investigación periodística, empleaba titulares destacados e impactantes, se valía de la entrevista, editorializaba sobre temas ciudadanos y políticos, recogía los diversos clamores de la población, apuntaba fallas en los servicios públicos y denunciaba abusos de las autoridades. Su compromiso se enlazaba con las reivindicaciones de las mayorías, el progreso democrático, los estandartes del Partido Comunista y la perspectiva de los aliados antinazis en la Segunda Guerra Mundial.

La primera edición de El Nacional apareció el 3 de agosto de 1943, bajo el aliento inspirador de Miguel Otero Silva y la dirección del poeta Antonio Arraiz. Su formato estándar, de dos cuerpos con ocho páginas cada uno, arribó pleno de innovaciones que sorprendieron al público: una sugestiva mancheta perfilando el futuro ("Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, los versos de Antonio Machado), cuyo contenido diario sustituía al editorial, y secciones temáticas bien definidas: sucesos nacionales, noticias del mundo, deportes, eventos de la sociedad, entrevistas, reportajes y misceláneas. Posteriormente, se incorporó la Página de Arte y se ampliaron las de Crónicas y Opinión. Su Concurso de Cuentos se volvió rango de inmenso prestigio en las letras patrias.

Los periódicos en papel fueron multiplicándose a través de nuestra geografía, y ya para la década 1990-2000 su número sobrepasaba los 150. Tales órganos se adecuaban significativamente a determinados sectores (empresariales, políticos, partidistas, deportivos, de avanzada ideológica o de confirmación del estatus, aunque sin desmedro de una apreciable factura cualitativa). Por otra parte, se ampliaron los ríos comunicantes entre tales publicaciones y las Escuelas universitarias de Periodismo, como caudales que se reafirmaban o discrepaban.

La prensa del establishment cobró, entonces, fuerza decisiva en el ámbito político, y beligerancia, como un cuarto poder, para la toma de grandes decisiones y nombramientos de altos funcionarios en los gobiernos de turno. Por eso también se decía (años atrás, por supuesto) que el director de El Nacional mandaba más que el propio ministro del Interior.

En nuestra época juvenil, el influjo del periodismo nos colmó los desafíos y por eso aspirábamos, con apremio de participación ciudadana, a escribir en los diarios. Incluyo aquí los nombres resonantes de Luis Britto García; Jaime Ballestas, "Otrova Gomas"; Luis Alberto Crespo; Roberto Hernández Montoya; Earle Herrera y Argenis Daza.

Muchos pasamos de los periódicos murales de liceos y universidades a la prensa escrita, pero de eso hablaremos en otra memoriosa ocasión.

Del centenar y medio de periódicos impresos que existían en Venezuela, la inmensa mayoría desapareció con motivo de los altos precios del papel, la tinta y otros insumos, además del deformante espectro de internet. Sobre esto último, recordemos el criterio de Umberto Eco sobre las redes sociales:

Ellas les dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente, y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas.

Desde su sitio eterno, el eco de Umberto nos llega como un terrible manifiesto semiológico. Pensemos por un momento en el futuro digital que nos aguarda.

 

Igor Delgado Senior


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