Lula, experto en sobrevivencia y resurrección

1° de enero de 2023 serán dos décadas exactas después de su primer mandato.

Si no ocurre alguna locura imperialista, Lula deberá asumir la presidencia el 1° de enero de 2023, dos décadas exactas después de su primer ascenso al poder

03/11/22.- En su discurso de triunfo usó la palabra resurrección. Y no fue exagerado porque a Luiz Inacio Lula da Silva lo habían asesinado y sepultado política y moralmente mediante uno de esos procesos llamados lawfare, tan de moda en América Latina, que consisten en usar el Poder Judicial –con el infaltable apoyo mediático- para triturar a los adversarios que no pueden ser vencidos por la vía del voto.

Apenas en 2019, el nuevo presidente de Brasil estaba preso, pagando una condena de nueve años mediante la cual se le sacó del juego electoral en 2018, cuando era claro que, de haber participado, habría sido electo como jefe de Estado por tercera vez (gobernó por dos períodos, entre 2003 y 2010).

La inhabilitación de Lula le abrió las puertas al ultrarreaccionario Jair Bolsonaro, un personaje tan mediocre que se siente feliz al ser llamado “el Trump brasileño”.

Esa confrontación, aplazada por la maniobra judicial en 2018, se llevó a cabo este año y Lula ha salido victorioso, a pesar de los efectos residuales de la campaña de desprestigio de la que fue víctima. El pernambucano de 77 años batió en segunda vuelta a Bolsonaro, quien, como buen espécimen de la derecha latinoamericana, ha pasado los primeros días moviendo sus piezas para torcer por la fuerza el resultado en las urnas.

Si no ocurre alguna locura imperialista, Lula deberá asumir la presidencia el 1° de enero de 2023, dos décadas exactas después de su primer ascenso al poder, momento muy determinante en la ola de gobiernos progresistas de comienzos de siglo.

 

 

Experiencia y paciencia

El obrero metalúrgico y líder sindical que se forjó en las luchas contra la dictadura, tiene amplia experiencia en eso de esperar pacientemente por su turno histórico. La mejor prueba es que  fue abanderado presidencial en 1990, 1994 y 1998 antes de alcanzar la victoria en 2002. De allí que, con autoridad moral, haya recordado en estos días tensos posteriores a su triunfo lo que él hizo cada vez que le tocó perder: “Me iba a casa a lamer mis heridas”.

Todas esas experiencias fallidas terminaron por convertirlo en la figura política más influyente de Brasil en lo que va del siglo XXI. No solo gobernó por dos cuatrienios, sino que dio paso a una sucesora de su total confianza, Dilma Roussef, quien ganó las elecciones de 2009 y repitió en las de 2013, pero fue destituida en 2016, como parte de la estratagema jurídico-mediática que se había iniciado contra Lula.

Las fuerzas de la derecha lograron el objetivo y pusieron a Lula entre rejas, pero eso no privó para que siguiera siendo el gran líder del país, del cual Bolsonaro es apenas un antagonista bastante devaluado, aunque no por ello despreciable.

Que Lula haya resucitado luego de 580 días preso no es para sorprenderse porque ha sido un guerrero desde sus primeros años en Pernambuco, cuando el alcoholismo y la irresponsabilidad paterna lo llevaron a ser un niño sobreviviente, que trabajó como buhonero y limpiabotas. De adolescente aprendió el oficio de tornero, con lo que entró a la industria metalúrgica y  se vinculó a las luchas sindicales. El joven Lula tuvo de esa forma sus primeras experiencias de persecución y prisión, pues Brasil estaba en dictadura militar y hacer reclamos laborales era contrario al orden público.

De sus tiempos de obrero le quedaron también la pérdida de un dedo en un accidente laboral y la muerte de su primera esposa, quien se encontraba embarazada, debido al pésimo sistema público de salud.

Demostró gran talento para la actividad reivindicativa, de modo que a mediados de los 80, mientras la dictadura daba sus últimos pasos, llegó a la presidencia del sindicato metalúrgico, su trampolín para saltar a la política nacional.

Y en esa década perdida de América Latina, se destapó su proyección fuera de Brasil, a través de los movimientos progresistas, especialmente los que exigían que la deuda de los países de menor desarrollo fuese aliviada o condonada por ser ilegal e inmoral.

La izquierda mundial se enamoró de este hombre sin educación formal, procedente del paupérrimo noreste brasileño, obrero y sindicalista aguerrido que parecía tener en sus manos la posibilidad de cambiar la historia del gigante suramericano. El aprecio por Lula se hizo furor cuando dijo en La Habana, en un foro sobre la deuda externa: “No podemos pagarla, no debemos pagarla, no queremos pagarla”.

La obra de los primeros gobiernos

Ya en el gobierno, Lula desarrolló una gestión que hasta sus adversarios más encarnizados reconocen como exitosa, pues sacó de la extrema pobreza nada menos que a 30 millones de personas.

Ese logro social colosal se alcanzó en un contexto de crecimiento económico que llevó a Brasil a formar parte del pujante grupo de los BRICS (al lado de Rusia, India, China y Suráfrica).

Los analistas destacan que su gran mérito fue poner en marcha programas de ayuda alimentaria a las familias más empobrecidas, incentivos a los padres por ocuparse de la educación y la salud de sus descendientes y acceso al crédito para los trabajadores y la clase media baja, unas ideas que solo pueden parecerle importantes a quien fue un niño abandonado que tuvo que dejar la escuela a los 9 años y que luego, como obrero, sufrió en carne propia la explotación y los agravios inherentes a la pobreza.

¿Podrá Lula retomar esos senderos a partir de 2023 en un contexto  interno y geopolítico distinto al que existía a principios de siglo? Es una de las grandes expectativas de Brasil y del mundo para los próximos años. Entonces se verá si su resurrección ha sido completa.

La corrupción como arma

Sembrar la semilla de la corrupción en gobiernos de izquierda o progresistas y luego forjar grandes escándalos ha sido una de las estrategias más exitosas de la derecha y el imperialismo para detonarlos por dentro y desprestigiar a sus líderes.

En el caso de Lula, el trabajo erosivo comenzó desde el primer período con un caso conocido como Mensalao, palabra que equivale en portugués a mensualidad. Se denunció que el Partido de los Trabajadores (cuyo líder indiscutible es Lula) hacía pagos regulares a sus movimientos y líderes aliados para mantenerlos cohesionados.

Lula esquivó la bala y fue reelecto, pero el trabajo de socavación continuó durante el segundo período y en el primero de Dilma Rousseff hasta que los adversarios, con el apoyo de la terrible maquinaria mediática brasileña, pudieron montar el caso de lawfare contra la presidenta y, por mampuesto, contra Lula, con el caso Lava Jato.

El clima general de irregularidades administrativas de diversos cuadros partidistas ha hecho creíble la maniobra judicial para destruir a Lula y es por ello que, pese a haber ganado las elecciones, una porción considerable del país lo considera un corrupto, incluyendo en ese segmento a millones de pobres a quienes Lula había rescatado de la miseria, y en la que recayeron de la mano del neoliberal recalcitrante Bolsonaro. Ironías amargas de la política a las que también debe sobrevivir.

CLODOVALDO HERNÁNDEZ/ CIUDAD CCS

 


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