EstoyAlmao | Cayó por una alcantarilla

Todo pasó en segundos, pero la sensación permanece por más tiempo

03/06/2023.- Caer nunca es agradable, y menos cuando la caída es por una alcantarilla destapada mientras caminas a plena luz del sol en una avenida pública en Caracas, tal como le ocurrió a la señora Lisbeth que pisó en falso una tapa y una alcantarilla se la tragó. 

Si no hubiese sido por sedimentos y cúmulos de basura atascados en el interior de la alcantarilla, la señora pudo caer hasta el fondo con consecuencias inesperadas. Podría decirse que la suciedad de la ciudad, o mejor dicho nuestra cochinada colectiva que desemboca en esa alcantarilla, la salvó de un accidente mucho más grave. 

Sin embargo, el incidente que sufrió Lisbeth no fue menor: cuando la ayudé a salir, estaba adolorida, sucia, asustada y naturalmente atolondrada. “Ay Dios mío, y ¿esto cómo pasó?”, atinó a decir aún sorprendida mientras recobraba el aliento. 

Que te caigas por una alcantarilla debe ser para algunos una especie de señal mística causada por mercurio retrógrado. Es algo así como una adversidad que te enseña que debes salir de ese agujero, levantarte y seguir andando por tu camino firme. La señora así me lo hizo saber después de recuperar la sindéresis. Nunca mencionó como responsable a las instituciones públicas encargadas de este tema. 

En el constructo de la viveza criolla se puede llegar a creer que caerse por una alcantarilla es algo que solamente le pasa a pendejos “que no ven por dónde van”. “Son vainas de ahuevo%#”, se suele escuchar acompañado con una sonora risa trancada. 

Pero lo cierto es que en Caracas son altas las probabilidades de que te ocurra, debido a la cantidad de alcantarillas sin tapa o media puestas que te encuentras en las aceras. Cuando caminas debes sumar ese nuevo nivel de precaución: divisar con antelación alcantarillas, huecos y rejillas en mal estado en la acera.

Caerse por una alcantarilla no solo ocurre en el centro y oeste de la ciudad; en el este es un problema recurrente. En La Tahona un ciclista murió al caer en un desagüe despatado. El año pasado los acomodados vecinos del Country Club reclamaron a las autoridades municipales sobre alcantarillas desniveladas y otras que estaban sin tapa.  

Lo que pasa es que, lamentablemente, el problema de las alcantarillas tiene más volumen mediático cuando sucede en el este de Caracas. Por ejemplo, la caída de la señora Lisbeth difícilmente se sabrá, salvo en estas líneas. Pareciera que para los que vivimos en el centro y oeste de Caracas debe ser algo “natural”; forma parte de esa habilidad de saber defendernos cuando andamos en la calle, que incluye cómo ir guindado de forma segura en la puerta de un bus en movimiento; cuál es el momento exacto para cruzar la avenida cuando el semáforo no sirve y ningún vehículo automotor da paso, o cuando advertir a la distancia que un moto viene a toda la velocidad en contrasentido.   

Por mi parte puedo decir que, al igual que Lisbeth, yo también caí por una alcantarilla, ubicada, por cierto, muy cerca de donde ella cayó. A mí me pasó hace poco y la recordé mucho. Entendí su sensación en su justa dimensión. Te sientes succionado repentinamente, como si la tierra tragara. 

La diferencia de mi caída es que fue durante la noche, mientras llovía sin cesar. Apurado por llegar rápido, no vi que la tapa de la alcantarilla estaba entreabierta. Pisé apenas una punta de la tapa y quedé sumergido (estaba inundada) hasta más arriba de las rodillas. Pude levantarme rápido apoyado con mi mano derecha, con la que traía medio cartón de huevos. Todas las yemas amarillas quedaron esparcidas por doquier. La bolsa con 18 panes, por su parte, que cargaba en la mano izquierda, salió ilesa. 

No llegué hasta el fondo de la alcantarilla porque expulsaba un gran volumen de agua, basura y todo lo que ahí cayera (incluyendo humanos). Cuando logré salir, todavía el río formado por la intensa lluvia que caía, corría entre la zanja y la acera donde se ubicaba el desagüe. 

En los primeros minutos alejado de esa trampa peatonal, cuando tratas de entender qué ocurrió, no sabes si maldecir o reírte. Es como si algo del piso te intentara engullir a cuerpo entero, y luego, por algo fortuito, te escapas. Todo pasa en cuestión de segundos, pero la sensación experimentada permanece por más tiempo. 

Después de eso, por supuesto que no vuelves a caminar igual en la calle; eres más precavido con cualquier superficie sospechosa y desconfías profundamente de las alcantarillas. Eres menos pendejo que antes para caminar en las aceras de Caracas. Seguramente Lisbeth tiene la misma sensación que yo. No sé, algún día le preguntaré. De momento, las alcantarillas entreabiertas siguen ahí casi al final de la avenida Baralt, esperando tragarse otra víctima en esta selva de cemento.  

Manuel Palma 

 

 

 

 

 


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