Caraqueñidad | Hasta Bolívar sucumbió ante los poderes del aguardiente

22/05/2023.- El poder mágico del aguardiente hizo sucumbir al mismísimo Simón Bolívar, quien en su condición de abstemio siempre se declaró en contra de su "consumo excesivo", por considerarlo un problema de salud pública, pero titubeó al momento de tomar algunas decisiones en cuanto a pechar su almacenaje y distribución, debido a las grandes riquezas e ingresos que para el fisco representaba tan "despreciable mercancía".

Así lo hizo saber el cronista Juan Ernesto Montenegro, quien trae a colación algunos extractos de una carta que el Libertador le extiende el 8 de septiembre de 1828, desde Bogotá, a su amigo "estancador de aguardiente" don Rafael Arboleda, a quien le expresa que

la situación de usted con respecto al estanco de aguardiente me ha hecho titubear (sic) si deberíamos o no revocar el establecimiento de los estancos, porque ciertamente se me hace difícil destruir a mis más interesados amigos, y mucho más cuando me dicen que se sacrificarán con placer por manifestar que el fin de la patria está consagrada en su fortuna, su persona y su existencia misma…

Esto lo advertía el más ilustre de todos los venezolanos.

¿Empresarios de aguardiente sacrificándose por un país? Algún parecido con la actualidad déjelo para su análisis…

Una demostración de diplomacia pura, ya que el aguardiente, junto al tabaco y el cacao, representaba la mayoría de los ingresos del erario. Sabía Bolívar que los empresarios eran un mal necesario, y por eso les pide que, en demostración de su anunciado sacrificio por el país, hagan sus respectivos aportes mientras que el Estado les siga permitiendo su negocio. Pero insiste en que hagan las ventas a precios no tan accesibles:

La franquicia del aguardiente es un azote del pueblo que será desgraciado en todo sentido, mientras se embriague en demasía, mientras pueda lograr el licor a bajos precios. Aseguro a usted con todo candor que si pudiera suprimir este vicio haría el sacrificio de la renta del Estado adoptando otro arbitrio que lo supliera…

Y, rendido, el Libertador se despide. Pero, en líneas anteriores, ya se había sincerado con su amigo licorero al recordarle que

estamos urgidos por el Gobierno para los intereses de la deuda, que por todo no bajarán de tres millones al año, y que apenas todas nuestras rentas bastan para ese solo pagamento. Antes daba el aguardiente millón y medio de pesos, la alcabala, poco menos, y los tributos completaban la suma total de tres millones. Así se ha mandado restablecer estos ramos de la renta nacional para mantener la República con estas nuevas creaciones, pues las aduanas y los tabacos tendremos que entregarlos al extranjero, según las convenciones que estipulemos…

Y surge una duda: ¿por qué no se optó por negociar con el extranjero la industria licorera?...

Así estimulaba Bolívar a su amigo para que se mantuviera en el negocio del aguardiente, por el sagrado deber de ayudar al fisco, claro está, velando por sus intereses crematísticos, como es lógico para cada empresario.

Así, el diáfano Hombre de las Dificultades —sobre la base de la diplomacia exigida por los protocolos de la política—, sin probar ni siquiera un sorbo, hubo de sucumbir ante los poderes de los efluvios etílicos como motor de aquella incipiente economía.

 

Luis Martín


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