Punto y seguimos | La histeria libertaria

¿Es razonable seguir a fanáticos con motosierras?

18/06/2024.- El libertarismo como filosofía política que defiende abierta y radicalmente la propiedad privada y las libertades individuales es, antes que nada, anti-Estado y anti cualquier filosofía o propuesta que indique la intervención de algún ente regulador o incluso cooperativo en el desarrollo de las sociedades. Básicamente, claman por la libertad en un sentido extremo, donde los individuos son dueños de sí mismos y la palabra dueño es importante, porque el concepto de propiedad es fundamental. El libertario cree que la libertad de poseer y transar cosas/ instituciones/ etcétera, en un espacio de libre mercado, es un derecho inherente al individuo y que nada está por encima de él.

Ante una creencia que reniega tan resueltamente el valor de la humanidad como colectivo y que ve en el capitalismo la panacea política social y económica, queda claro que el diálogo es difícil. Como en toda posición extrema, el espacio para la discusión, la argumentación y la comunicación se reduce a su mínima expresión y he ahí uno de los peligros de que ese tipo de posicionamientos se establezca en la sociedad, alcanzando a grandes grupos de personas y sobre todo llegando a ocupar espacios de poder y decisión.

El libertarismo en nuestro continente parecía lejano o con “poco cuerpo”, sin embargo, en las últimas décadas demostró haber encontrado un lugar en la sociedad que, cansada y manipulada, cayó en la trampa propagandística del “todo es posible en libertad”. Argentina es el caso paradigmático, con la elección democrática de Javier Milei como presidente. Impensable parecía la llegada al poder de una figura tan particular, libertario hasta lo caricaturesco, bailando en los límites de la sanidad mental, fanático y con poco temor al ridículo, pero más que eso con una fe ciega en esta ideología que, desde países del Sur, resulta en una entrega absoluta a los “superiores”. No hay noción de Patria, todo está a la venta, el Estado debe reducirse a la mínima expresión que permita vender/regalar/empeñar el resto. Si aumenta la pobreza, que la gente vea cómo resuelve, porque en el mundo de los libertarios “los pobres son pobres porque quieren”.

En Venezuela, donde la histeria libertaria no alcanza los niveles argentinos y con comicios presidenciales a la vuelta de la esquina, se intuye el fracaso de la opción que cree en esos valores, pero que aún no se atreven a ventilar tan descaradamente como un Milei. Son los mismos que piden sanciones, que rematan los activos de la nación al mejor postor, que están dispuestos a regalar parte del territorio nacional por cifras que, vistas en contexto, resultan rateriles. Este tipo de personajes abundan en la historia nacional y continental y han cambiado de nombre a lo largo de los 200 años de historia republicana, pero en esencia son lo mismo. Son fáciles de reconocer, porque piensan que todo es susceptible de ser poseído, y, por tanto, transaccionado. A poco del 28J vale preguntarse: ¿Es este el tipo de gente que quiere gobernando este país? Porque entregarse es fácil, pero no digno.

Mariel Carrillo García 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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