Letra fría | El patriarca de Pedro Chacín (1)

14/10/2024.- Mi primera motivación con el personaje de esta historia, un antepasado bastante cercano a nuestro querido Pedro Chacín, que no dejó descendientes, pero sí –como todas las cosas del Pedro del Levante– se trajo debajo de la manga un maravilloso tío fabulador, de formidable escritura, psiquiatra por demás señas y, definitivamente, jodedor como el sobrino, incluyendo encuentros conceptuales sobre erotismo, relaciones sentimentales y de cualquier índole con mujeres, sobre todo cómo levantarlas, según el sobrino, y en el caso del tío Pedro, de cómo acostarlas o no, antes del matrimonio, usando de modelos a sus propias hijas, para afirmar que uno de sus méritos patriarcales… “fue que todas mis hijas se habían casado, precedidos sus matrimonios por inmaculados (y emasculados) noviazgos”. Pero lo simpático de esta manera de redactar de estos dos parientes, genios del humor, es cuando el tío Pedro, para referirse a las andanzas prematrimoniales de los penes, lo hace a través del registro de los delitos cometidos y las condenas impuestas por los tribunales de justicia, que llaman antecedentes penales: “Habría que enfatizar, porque ese es el más elevado mérito de la familia, que sus idílicos compromisos no registraron antecedentes penales, es decir, nunca un pene, autoactivado o viagrosocorrido, sofocó la blindada fortaleza, la respiración, la temperatura de las orejas, ni tan siquiera el pulso, que es el más melindroso de los bioindicadores eróticos de aquellas almas modeladas para el aguante, hasta que se perfilara la debilidad del adversario (que se manifiesta cuando empieza a proponer matrimonio) para tirar... entonces, paradas seguras”. (Ese cierre de ‘para tirar..., entonces, paradas seguras’ es sencillamente genial).

Definitivamente estos “Chacines” son del carajo y no se perdieron pisada, por eso me encanta cuando el doctor “Peviche”, siempre con su lenguaje científico, nos habla de la ‘orquitis erótica’, en el argot popular ‘Cojonera’, del ingles Blue Balls, (porque las bolas y que se ponen azules o moradas, confieso que nunca me las vi), y en cristiano más directo es lo que llamamos dolor de bolas. Esa divina dolencia que solo puede ser aliviada por la masturbación. No recuerdo en frío, referencias en el Manual del Levante, pero seguramente sí, porque es producto de aquellos acercamientos eróticos de mucho roce, besos apasionados, estímulos digitales y linguales, pero sin un final feliz, que nos recuerdan tanto la adolescencia. Según el parte médico se produce cuando el pene siente un estímulo prolongado que no termina en orgasmo ni eyaculación. En medio de la excitación, los vasos sanguíneos aumentan de tamaño, haciendo que los testículos crezcan un 25%. Si el líquido no se libera por medio de la eyaculación, la tensión causa dolor. Por eso le decían a uno los mayores. ¡Paja contigo! Después de aquellos hermosos contactos que no llegaban a nada por temor al embarazo. Pero igualito el enamoramiento de la parejita era envolvente.

El doctor Chacín lo describe magistralmente: “Fueron, pues, arrastres apacibles de alas, sin curucuteos subalternos. Ninguna manualidad por debajo del ombligo pudo ser registrada por los fisgones mejor acreditados. Mis yernos, puedo certificarlo, fueron siempre ajenos, epidemiológicamente hablando, al riesgo de sufrir el antipático mal conocido como cojonera, sencillamente porque mis hijas, en sus papeles de novias advertidas, los recibían con una mano de baraja para invitarlos a jugar cargalaburra y robamontón, y remataban la visita embebidas en aquel alborozado juego llamado la vaca. Mis yernos cabeceaban, por supuesto, pero sus prometidas les jalaban la rienda agarrándola cerquita del bozal. Mis hijas, asiduas lectoras de la Biblia, habían recogido de allí la sentencia que asegura que “si fuéramos ciegos y no nos dejáramos manosear, no seríamos pecadores”… La cojonera (en académico, orquitis erótica) es un temible morbo ya desaparecido gracias a la intermediación profiláctica de constituciones participativas y protagónicas que suprimieron, mediante ley habilitante, las visitas protocolares de novios y, a través de cooperativas, llenaron todos los latifundios de moteles de precios solidarios”.

Como decía Buck Cannel, aquel legendario narrador deportivo: ¡No se vayan que esto se pone bueno!.

 

Apenas vamos por el segundo capítulo de la primera parte.

Esta historia continuará...

 


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