Hablemos de eso | Los “pequeños lugares”

14/04/2024.- El 23 de abril de 1616 fue un día de casualidades. Ese mismo día enterraban a Miguel de Cervantes (fallecido un día antes) y morían William Shakespeare y el Inca Garcilaso de La Vega. Por eso el día 23 de abril fue seleccionado por la Unesco como Día Internacional del Libro, con el objeto de fomentar la lectura, la industria editorial y los derechos de autor. El 23 de abril de 1936 fallece Teresa de la Parra y es también el cumpleaños o el día de fallecimiento de otros escritores: Maurice Druon (escritor francés, nació el 23 de abril de 1918), Halldór Laxness (islandés, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1955, nació el 23 de abril de 1908), Josep Plá (escritor y periodista catalán, murió el 23 de abril de 1981), Manuel Mejía Vallejo (colombiano, ganador del Premio Rómulo Gallegos en 1988 por su novela La casa de las dos palmas, nació el 23 de abril de 1923), William Wordsworth (poeta inglés, murió el 23 de abril de 1850).

Pero no es nuestro propósito hablar de tan notables coincidencias. Nos concentramos en la primera línea del Quijote: “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” Y es que, como escribe Vargas Llosa en una de las notas introductorias de la edición de Don Quijote que estoy revisando: “Antes que nada, Don Quijote de La Mancha, la inmortal novela de Cervantes, es una imagen: la de un hidalgo cincuentón , embutido en una armadura anacrónica y tan esquelético como su caballo, que, acompañado por un campesino basto y gordinflón montado en un asno, que hace las veces de escudero, recorre las llanuras de La Mancha, heladas en invierno y candentes en verano, en busca de aventuras”.

Pero La Mancha es una región castellana de apenas 30.000 kilómetros cuadrados, aunque algún autor haya escrito en Wikipedia que se trata de “una de las regiones más extensas de la península ibérica”. Tan pequeña como para que uno pueda decir “apenas”, puesto que, por ejemplo, el estado Guárico tiene alrededor de 66.000 kilómetros cuadrados, por lo que es más de dos veces más grande. Los lugares que recorre el Quijote, los más conocidos en lengua castellana, incluso por quienes nunca lo han leído, corresponden a un área equivalente a los alrededores de Las Mercedes del Llano.

Retomando la nota introductoria de Mario Vargas Llosa, la imagen del Quijote es “La de un mundo vasto y diverso, sin fronteras geográficas, constituido por un archipiélago de comunidades, aldeas y pueblos, a los que los personajes dan el nombre de 'patrias'”. Patrias que no son menores, pues “la relativamente pequeña geografía que recorren don Quijote y Sancho Panza, lo que resalta y se exhibe con gran color y simpatía es la “patria”, ese espacio concreto y humano, que la memoria puede abracar, un paisaje, unas gentes, unos usos y costumbres que el hombre y la mujer conservan en sus recuerdos como un patrimonio personal y que son sus mejores credenciales”. Y agrega: “Los personajes de la novela viajan por el mundo, se podría decir, con sus pueblos y aldeas a cuestas”.

El planeta es más o menos esférico (aplanado en los polos e hinchado en el Ecuador) y si le buscamos el centro tendía que ser en el núcleo de la Tierra con una densidad de 11 mil kilogramos por metro cúbico y una temperatura promedio de 6.700 grados centígrados. Como vivimos en la superficie, podemos decir que el mundo humano no tiene un centro reconocible por todos. El centro está en Valle Guanape si soy de allá y de allá me siento, o igual en Betijoque o en un lugar de la Mancha.

El historiador mexicano Luis González y González, cuando defendía la llamada microhistoria encontraba el valor del lugar: “El ámbito microhistórico es el terruño: lo que vemos de una sola mirada o lo que no se extiende más allá de nuestro horizonte sensible. Es casi siempre la pequeña región nativa que nos da el ser en contraposición a la patria donadora de poder y honra. Es la tierruca por la cual los hombres están dispuestos a hacer voluntariamente lo que no hacen sin compulsión por la patria: arriesgarse, sufrir y derramar sangre. Es la matria que las más de las veces posee fronteras naturales, pero nunca deja de tener fronteras sentimentales”. Y utilizaba la palabra “matria” para designar ese terruño: “El amor a la patria chica es del mismo orden que el amor a la madre. Sin mayores obstáculos, el pequeño mundo que nos nutre y nos sostiene se transfigura en la imagen de la madre, de una madre ensanchada. A la llamada patria chica le vendría bien el nombre de matria, y a sus vecinos, matriotas”.

González y González decía que ese gusto por la patria chica es inseparable de la propia vida social, donde el memorioso intenta guardarlo todo, impedir que muera, en una actitud por definición conservadora, pero también “puede ser simultáneamente revolucionaria: hacer consciente al lugareño de su pasado propio, a fin de vigorizar su espíritu y hacerlo resistente al imperialismo metropolitano que sufren la mayoría de las naciones y desde luego la nuestra”.

Ese imperialismo metropolitano es característico de la colonización. La racionalidad capitalista-colonial solo encuentra importantes los centros de concentración del capital; el apego a la tierra, la pertenencia a un terruño sería parte de un ridículo sentimentalismo.

Ese inveterado pensamiento del centro y la periferia sostiene y es sostenido por la profunda desigualdad en poder político-económico (o económico-político): los poderosos necesitan de un centro para ejercer su poder sobre el territorio poseído y las personas “de allá”. De ahí que esa manera de ver y practicar el mundo sea tan profundamente colonial. En su versión más procaz: “Caracas es Caracas y lo demás es monte”, “hablamos de las grandes capitales, como New York o París; claro, nuestra ciudad no está a esas alturas”. Pero también se cuela en la división entre capital y provincia, o entre la capital y el interior, como se dice con mayor frecuencia. La diferencia se asienta en la conciencia y se repite en las prácticas que establecen que hay “ciudades importantes” y “aldeas alejadas”. Aunque Santa María de Ipire no está alejada, sino solamente cuando se mira y se piensa desde Caracas.

Una localidad que tenga veinte casas no es insignificante. Los dueños y gerentes de las compañías transnacionales comparten con nosotros el planeta (aunque no dejen de soñar en vivir en Marte o encontrar otro planeta, aunque inviertan mucho dinero en tecnologías para ir allá y mientras tanto paguen fortunas por viajes al espacio). Y la Tierra es una ínfima parte del universo, tal vez alejada e insignificante para otros que no conocemos, pero inigualablemente valiosa para quienes somos de aquí. En nuestro ridículo sentimentalismo nos importa más este “pequeño” planeta que las incidencias en Alfa Centauri, apenas a 41,2 billones de kilómetros de nuestro sistema solar.

Humberto González Silva

centrodescolonizacionvzla.wordpress.com

 


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