Caraqueñidad | Pregúntenle a Ángela

04/11/2024.- Cada vez que le pasaba al frente, ella, gracias a los agudos instintos que le brindó la naturaleza, creía escuchar, aunque el ejercicio era mental, 1-2-3-4, inspira, 1-2-3-4, aguanta, 1-2-3-4, expira por la boca, 1-2-3-4, aguanta. Rutina que se reitera incansablemente –como recomiendan algunos sabihondos de las redes sociales, que debe hacerse para rendir más en la capacidad pulmonar, en la normalización del ritmo cardíaco y en la nivelación de la tensión arterial– al menos, mientras se hace ejercicio.

Lo cruel del asunto es que este tipo cree que con ese esquema todo se mejora. ¡No, qué va, mijito! Si fuera tan fácil, todo el mundo pretendería enmendar los excesos y los errores, que han mermado su salud con una caminata y listo.

Así pensaba la preciosa Ángela, elegantemente trajeada con sus impecables guantes blancos –tipo Primera Comunión o, mejor, tipo fiesta de gala–, en perfecta combinación con sus pálidas botas que dibujan un lúcido juego cromático con el terso traje grisáceo, degradado en exacta armonía con el collar que simula una ristra de exóticas perlas.

La bonita y muy dócil Ángela, tarde a tarde, engalana el frente de su casa, justo en la esquina que delimita la entrada de la silenciosa urbanización. Mientras, es admirada y vigilada por su celoso marido, quien casualmente viste como ella en una suerte de cómplice y muy elegante uniformidad.

Desde su envidiable mirador sabe todo lo que sucede a sus vecinos. Son pocos en realidad, lo que facilita su curiosa tarea de escrutar y conocer a la perfección detalles que uno ni se imagina…

Su mágica amabilidad hace que todos confíen en ella. Por eso, el caminante, que a diario le hace reverencia al saludarla, con contacto corporal incluido y que ella recibe muy complacida, le confía parte de su problema y su posible solución. 

Él, creyendo en médicos y sus recomendaciones, en internet y sus respuestas mágicas, y en allegados y curiosos que todo lo saben y al final no saben un coño. Ella, sin más recursos y conocimientos que los saberes adquiridos genéticamente de generación en generación, estaba muy segura de que su admirador requería de un montón de cosas adicionales para lograr algunos objetivos en favor de su salud.

Repito, dijo ella, si fuera tan fácil, nadie visitaría farmacias ni médicos. Se requiere nuevos hábitos alimenticios, intensificar la actividad física, reajustar algunos tratamientos; probar con tés naturales y, lo que más le cuesta a este y otros que han intentado su mejoría, bajarle dos o eliminar la ingesta etílica. 

Muy difícil, dijo ella que todo lo sabe. Porque ha sido testigo de excepción, sin hora ni fecha en el calendario, cómo casi todos los que transitan por el portón, frente a su casa, más de una vez van tan saratacos que ni voltean a saludarla ni a admirar su atrayente belleza. 

En cambio, ella sí los pilla y sabe que ese vicio es muy difícil de dejar. Aunque todos o casi todos, en un acto de interna hipocresía, juran “ahora sí lo dejo”.

Sucede que el hipertenso caminante, con más de un mes de agresivo tratamiento, de nuevos y muy sanos hábitos alimenticios que incluían un montón de brebajes, e incansable práctica de exigencia física, acudió a consulta de chequeo en el cual comprobó que Ángela tenía razón. Ante las cifras del tensiómetro y la sentencia de los especialistas que, por cierto, coincidían con la amable doctora que a diario llevaba el control de presión arterial, indudablemente preocupado, pero con humor a flor de piel, hubo de recordar el famoso sketch televisivo: “Si quieres mejorá, tendrás que volvé a nacé”. Coño, una declaratoria de que la vaina está tan jodida como la salud del BCV y el valor real del mancillado cono monetario nacional. ¡O sea! 

Dicen las malas lenguas que él dejó el trago, pero no recuerda dónde. Y que cumplía al pie de la letra el tratamiento, mientras afirmaba: “Ella trata y yo miento…”.

No obstante, aquí no se rinde nadie. Ella, la preciosa Ángela, con sus ojazos verdes y su mirada –no se sabe si de lástima o admiración– estuvo a punto de hablarle. Pero él no se detenía por temor a un mensaje de mal agüero. Prefería acelerar el paso cada vez que pasaba junto a su lado al completar las exigentes rondas aeróbicas. Quizás un día de estos, so riesgo de un reclamo por parte del celoso marido de Ángela, se detenga y por fin le solicite una sugerencia o una opinión. Quién sabe si ella, erudita como es, estará dispuesta a dársela.

Él, controlaba el tiempo de la rutina física con el tañer de las campanas de una iglesia cercana. Ese día, luego de marcar algo más de una hora de caminata sostenida, con profusa sudoración, signo inequívoco del esfuerzo y sus efectos, se despidió de Ángela. Y como no recordaba su nombre llamó genéricamente a la preciosa minina que mantiene a la urbanización libre de roedores. Miiiisu, miiiiisu…

Con ella viven otros gatos más, además de un precioso perro lobo y un diminuto pomerania, aunque ninguno es tan osado para interactuar con nosotros, los incomprensibles humanos.

 

En su retorno a casa, el hipertenso es escrutado por la negrita Wika, de la otra esquina, y por Luna, dos perras que junto a Falco, cumplen una función de invalorable vigilancia. Ahora se les unió Draco, un pitbull que en un par de meses formará parte de ese ejército protector.

 

… Y justo antes de entrar a su casa, es gratamente sorprendido por un bullicio de niñas que irradian alegría. Allí está la afanada doctora que monitorea las alteraciones tensionales del caminante. A su lado, el abuelito chocho, atestiguando aquella poesía de vida que representan su nieta y su amiguita, mientras juegan a la Misión Echando Vainita. Son ellas el sano y seguro futuro de nuestra urbanización, tal como lo anunció Ángela en una de esas conversaciones imaginarias, apostando a los días asoleados, las tardes floridas y las cosas bellas que nos brinda Dios y la vida misma.

Luis "Carlucho" Martín


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